Hay amores que matan, pero hay también libertades que matan. Que se lo digan a los madrileños, a los que solo un juez, en el último momento y de manera provisional, les ha salvado de volver a respirar aires venenosos. Minutos después de que entregasen a José Luis Martínez-Almeida la vara de alcalde de Madrid, el secretario general del PP, ese caballero que escupe huesos de oliva más lejos que nadie en el mundo, afirmó que los madrileños gozan desde ese día de un «gobierno de la libertad» y, de paso, anunció su voluntad de hacer extensivos los «gobiernos de la libertad», compuestos por PP, Cs y Vox (¡nada menos que Vox!) allá donde fuese aritméticamente posible.

Dicho y hecho. Fue tomar posesión y cargarse de un plumazo una de las mejores medidas del gobierno municipal que encabezó Manuela Carmena. Madrid Central, una zona de casi 500 hectáreas en el centro de la capital que tiene el tráfico de vehículos limitado a los residentes y a los vehículos eléctricos o híbridos desde diciembre del año pasado.

Ya cuando se anunció la creación de esta zona restringida, la derecha puso el grito en el cielo, olvidando que los más solventes estudios técnicos la consideraban absolutamente necesaria y olvidando, de paso, que la Unión Europea exige medidas anticontaminación y sanciona su ausencia. Pues ellos, como si no.

Que solo eran paparruchas, que así no iban a reducirse los niveles de materiales tóxicos que inundaban la atmósfera de Madrid. Que se produciría un amotinamiento porque a la gente no se le puede prohibir que circule con sus coches por donde les plazca (algunos se lamentaban con nostalgia de aquellos maravillosos atascos, tan típicos de la Villa y Corte). Que la economía y el comercio iban a perecer porque, según su peculiar visión de las cosas, la gente solo compra comida, o ropa, o teléfonos móviles, o lo que sea, si puede ir en coche hasta la puerta del establecimiento. Si va en metro, o en bus, o andando, se conoce que pierden las ganas.

Pues nada de eso. En marzo (solo cuatro meses después de la entrada en funcionamiento de Madrid Central), un estudio de la Universidad madrileña demostró que los niveles de óxido nitroso (NO2) y de dióxido de carbono (CO2) se habían reducido sustancialmente en toda la ciudad, incluso en puntos lejanos a la zona restringida. Lógico: si no puedo ir al centro con mi coche y tengo que usar el transporte colectivo, tampoco contaminaré en el trayecto hasta el centro.

Los especialistas en salud se felicitaban de esos logros en la calidad del aire que respiran sus paisanos, y tampoco hubo sublevaciones (como no las hubo cuando otro gobierno de izquierdas aprobó la ley antitabaco, a pesar de que los mismos las pronosticaron a voz en grito). Y, que yo sepa, El Corte Inglés no ha cerrado ninguno de sus establecimientos ubicados en la zona, ni ninguna empresa se ha declarado en quiebra a causa de la medida. Y el PIB madrileño tampoco ha sufrido una bajada aunque, posiblemente, las gasolineras hayan visto mermadas sus ventas.

Pero ellos, impasible el ademán. Fue tomar posesión el nuevo gobierno y dictar una moratoria que suspendía las sanciones a los vehículos que circulasen indebidamente por el área restringida. Una moratoria que, en realidad, era una abolición encubierta de la norma que creó Madrid Central.

Otro curioso juego con las palabras para engañar… a los tontos, supongo. Porque ya me dirán de qué sirve mantener la prohibición de circular a determinados automóviles si no existe sanción para quienes infrinjan esa prohibición. Y una moratoria que revelaba con claridad la verdad que la derecha quería esconder: que no tenían ninguna alternativa a Madrid Central. Que en su programa oculto no había nada para resolver (o atenuar) el problema de la contaminación que, para los madrileños, es cuestión de vida o muerte. Literalmente: cuestión de vivir respirando aire más o menos puro o morir envenenados. Y eso es así por muchos llamamientos que se hagan a la libertad. ¿A qué libertad? ¿A la libertad de respirar mierda?

Bueno, finalmente un juez ha suspendido la famosa moratoria cautelarmente, gracias a los recursos presentados por grupos ecologistas. La batalla se decidirá finalmente en los tribunales, por lo que no cabe cantar victoria (viene aquí al pelo recordar lo que otros tribunales han dictaminado sobre la venta de pisos a fondos buitre), pero algunas lecciones sí que hemos obtenido ya de esta escaramuza.

La primera es que el programa común del tripartito de derechas consiste fundamentalmente en cinco cosas: cargarse todo lo anterior, con preferencia aquello que huela levemente a progresismo o racionalidad; eliminar impuestos y alimentar la hucha vendiendo viviendas protegidas al capital privado; llenar las instituciones de banderas rojigualdas y vaciarlas de cualquier otra; proteger las muestras de «cultura» autóctona como los toros, la caza y las procesiones, y vigilar los excesos «totalitarios» de colectivos que luchan contra su discriminación (mujeres, LGTBI, etc.) por el acreditado sistema de la intimidación y las amenazas de mandarlos a la Casa de Campo. Seguramente no los mandarán directamente al Zoo porque suelen ir a él niños y una cosa es que presencien el apareamiento de dos delfines, y otra ver…. en fin, debería preocuparles más el fácil acceso que tienen los niños a la pornografía.

La segunda lección es algo que ya adelantó Orwell y, mucho antes, Lewis Carroll en Alicia: que las palabras significan lo que decide que signifiquen el que tiene el poder para decidirlo. A mí ya me mosqueaba que las huestes de Abascal (y buena parte de las de Casado) pronunciasen la palabra libertad tan a menudo sin inmutarse. Ahora lo entiendo. Para ellos la libertad de ejercer unas inclinaciones sexuales sin esconderse, la libertad de una mujer para hacer lo que tenga por conveniente sin miedo a que le partan la cara, o algo peor, no son libertades. Son muestras de totalitarismo fascista.

La libertad de verdad es la que definió José María Aznar con aquella chulería tan suya: ¿A mí vas a decirme tú cuántos vasos de vino me tengo que tomar antes de conducir? O: Yo voy con mi coche por donde me da la real gana, y si tienes que tragarte los humos de mi tubo de escape, te jorobas y te aguantas.

Ahora sí, ahora lo entiendo. ¡Viva el vino!.

*De ATTAC