Cuando una librería cierra definitivamente sus puertas, se pierde algo entrañable, con raíces muy profundas en su entorno y en una clientela devota, fiel a los consejos de su entendido amigo y librero. En muchos casos, se trata de seculares negocios familiares, que son toda una referencia en su ámbito local. Como la librería Pampín, en Vilagarcía de Arousa, donde Lolita y José sucedieron a Majo, ofreciendo libros y periódicos, junto a lecturas para los más pequeños, quienes apreciaban alborozados los tebeos y cuentos que Lolita les brindaba con su mejor sonrisa. Ellos, sobre todo, eran muy conscientes de que no se llevaban estériles páginas colmadas de letra impresa e ilustraciones, sino magia, fantasía y sueños felices, atesorados entre unas tapas de papel satinado. Ahora, Lolita afirma haber aceptado su destino, triste, pero convencida de que no tornará la prosperidad pretérita.

Más cerca, este mismo mes de enero y tras cuatro décadas de intensa actividad, baja por última vez la persiana en Valderrobres la emblemática librería Serret, toda una referencia literaria en el Bajo Aragón, aunque en este caso su regente Octavio Serret ha prometido mantener su ingente labor de dinamización cultural.

Por fortuna, otras pequeñas y tradicionales librerías consiguen sobrevivir contra viento y marea, a pesar de que tendencias y costumbres empujan a una clientela, todavía afecta a la lectura, a formarse e informarse a través de otros canales, quizá dudosos pero de ineludible advenimiento. Cuento, entre ellas, a la librería El siglo, en Jaca, que mi abuela Manolita Duplá fundó hace casi una centuria y cuya estela perpetúan hoy sus nietos Enrique y Jorge. Allí también se puede encontrar algo más que libros: la esencia de una vocación que aún perdura y mantiene su fe en el libro.

*Escritora