Tarde o temprano, la "reorganización del sector" (se llame como se llame) termina por imponerse. Por lógica. Y eso vale para todo: desde el algodón y las tragaperras hasta las VPO o la literatura. Las cosas se miran desde arriba, con distancia oportuna, y se cae en la cuenta de que las ramas necesitan un tronco. Así que en esta semana, semana literaria de lecturas de El Quijote y de celebración del Día del Libro con clavel y descuento, se ha presentado en Zaragoza el proyecto del Centro Aragonés del Libro (Cenal). Es sólo el prólogo, porque el resto de los capítulos están por ahora en blanco.

La idea de un organismo va tomando cuerpo, al menos en cuanto a los diseños previos. Ya han proliferado cenalescépticos y cenalentusiastas , pese a que la criatura es sólo un anuncio. Tiempo. La directora general de Cultura, Pilar Navarrete (con directo conocimiento de causa, como escritora --y lectora-- que es), explicó en las Cortes que el nuevo organismo se pondrá en marcha en el último trimestre de este año. Nace para aglutinar eslabones de una compleja cadena, asunto del que en esta comunidad se viene hablando desde la antigüedad clásica. Es uno de los famosos temas a los que se le abre carpeta y después se arrastra durante siglos). Recuerdo a comienzos de los 90 unas jornadas en las Cortes, dedicadas precisamente a la organización, punto por punto, de este sector. Palabras y encuentros no han faltado, pero lo que se necesitan ahora son hechos concretos. Hechos y un funcionamiento acertado, que una y no separe. El sector es especialmente sensible. Sensible y necesitado de referencias claras, que pongan un poco de orden y que, además, ilusionen. El Cenal se proyecta como un foco de referencia, un puente interactivo entre creadores y lectores, con todas las derivaciones que surgen del mundo de los libros: autores, distribuidores, editoriales, libreros, agentes sociales y las generaciones de lectores. La DGA debería ponerse de acuerdo con otras instituciones públicas (y privadas) para poner sentido común entre las letras, dar respaldo sin solapamientos, proyectarnos hacia dentro y hacia el exterior. Son tantas cosas por resolver, tanta gente implicada, que este nuevo libro abierto debería subdividirse en tomos, pero no como esos mamotretos institucionales que terminan apuntalando mesas cojas, sino de los que tenemos a mano, en la mesilla, junto a un despertador que ahora, según Navarrete, quiere sonar en serio.