Quizá los españoles nademos en la abundancia o, simplemente, seamos nuevos ricos. Sólo así se explica nuestro aprecio por los objetos de marca, por los cuales estamos dispuestos a pagar un importante suplemento de precio, siempre que un pequeño distintivo nos permita distanciarnos del vecino, alejarnos del vulgo incapaz de costearse nuestros lujos.

Los libros de texto son todos idénticos: un producto poco simpático que no establece diferencias, como el móvil, la mochila o las deportivas. Por eso menospreciamos su utilidad, nos molesta tanto pagar su precio y exigimos airados la gratuidad mientras desembolsamos sin pesar importantes cantidades por otros artículos superfluos. Somos pijos, estamos encantados de serlo... y, ahora, después de haber vilipendiado al principal instrumento de estudio, ¿quién les dice a los chiquillos que al colegio se va a estudiar?

El libro, la cultura, los conocimientos, constituyen nuestra asignatura pendiente: sólo cuenta la supe-ración del curso, mejor con el auxilio de cuanta trampa sea posible, pues así demostramos ser más listos. ¡Lástima, tan agudo ingenio desperdiciado para la ciencia!.

*Escritora