De Víctor Guiu profesor del IES Pedro Laín Entralgo de Híjar es el libro Lo rural ha muerto, viva lo rural. Otro puñetero libro sobre la despoblación. El título se sirve de la expresión ritual francesa El rey ha muerto, viva el rey, con la que se daba continuidad a la monarquía a la muerte de un rey y la coronación del siguiente, es «un ejercicio literario e irónico de todo lo que gira entorno a la despoblación». El subtítulo es por la avalancha de lujosas publicaciones sobre la despoblación desde el ámbito académico. Es un tema de moda, según el autor «casi hay más técnicos, jornadas, libros y reportajes del medio rural que gente viviendo en él».

Ha recopilado muchas anécdotas que le hicieron pensar que lo que veía no se correspondía con el discurso dominante. El curso 2018-2019 como profesor-encargado en una residencia de estudiantes en Teruel convivió con chavales del mundo rural, lo que le permitió conocer esta problemática, además de vivir y trabajar siempre en el ámbito rural turolense. Está plagado de historias y situaciones muy reconocibles, aunque no hay sitios concretos ni personajes reales. Critica los tópicos impuestos al mundo rural desde la ciudad muy difíciles de erradicar.

Los jóvenes dicen quererse ir porque «aquí no hay de nada». Tópico cuestionable. Hay mejores servicios que hace 30 años. En educación: escuelas unitarias de muy alta calidad con metodologías muy avanzadas; en las cabeceras de comarca en Aragón institutos, que no son peores que los urbanos. En sanidad, tienen relativamente cerca centros de xalud comarcales o un hospital. En muchos pueblos asociaciones culturales, deportivas, que propician las relaciones mucho más que en la ciudad.

Mas es difícil luchar contra el «aquí no hay nada». Sobre todo entre los jóvenes inmersos en esta sociedad de consumo, que lamentan no tener un gran centro comercial como los de la ciudad. Hoy no existe gran diferencia entre un joven urbano y otro rural. Disponen ambos de móvil, ordenador, la misma música, se visten y divierten igual. Hay un híbrido rural-urbano.

Se pregunta por qué estamos tan pocos. La solución es simple: que haya gente que se quiera quedar y, sobre todo, vinculada e involucrada. Y si no se quieren quedar, algo se está haciendo mal. Las soluciones las mismas de hace 50 o 60 años. Hay mucha gente, demasiada, estudiando esta problemática, desde los despachos sin pisar el terreno, y los diagnósticos se siguen fijando en el empleo y las infraestructuras que, siendo importantes, no son la únicas causas de la despoblación.

«No hay trabajo en el mundo rural». Lo que en parte no es cierto. Hay trabajo. Además del agropecuario el de servicios: docentes, médicos o trabajadores de la banca, etc. Lo que ocurre es que acabada su jornada huyen despavoridos hacia la ciudad. Incluso algunas plazas en el sector sanitario no se cubren.

En cuanto a las infraestructuras, el Bálsamo de Fierabrás para la despoblación, aparece una anécdota muy aleccionadora: «Recuerdo que me ocurrió hace años en un pueblo al que le estaban arreglando la carretera. Sentado al carasol en un banco de la plaza le ofrecí de fumar a un paisano con su bastón y boina reglamentaria.

-¿Qué tal está caballero? Estarán contentos en el pueblo que por fin les arreglen la carretera.

-Mira zagal. Si la carretera es mu mala nadie quiere venir… pero si la arreglan demasiau nos marcharemos todos».

Y acierta. Nada más desvertebrador para el medio rural que una autovía o una línea de AVE. La Autovía Mudéjar supone que los funcionarios de la cárcel de Daroca vivan en Zaragoza.

Analiza las iniciativas realizadas para mantener o atraer a la población en el mundo rural. Desde el inmigrante marroquí como pastor, o la rumana de encargada del bar; o iniciativas de emprendedores con subvenciones oficiales. No pocas fracasadas. Pero, la gente se quiere ir a la ciudad. Y de momento, parece irreversible. Lo primero sería que la población rural se liberase de tópicos, impuestos desde la ciudad. El victimismo, también tienen parte de culpa; el paternalismo, todo nos lo tienen que hacer desde la ciudad, y de cierto complejo de inferioridad con respecto a la ciudad, el permanecer en el pueblo es un fracaso. La población rural ha de recuperar su autoestima.

Para unos urbanitas el mundo rural tiene que ser un gran geriátrico. Para otros, un parque temático, todo hay que «ponerlo en valor» y que venga gente a vernos. El autor se inventa el término de Ruralandia, disponible para los urbanitas en los puentes, veranos, semanas santas y fiestas de guardar. «Vengan aquí, a asar chorizos, nos disfrazaremos con el traje regional; haremos procesiones, y sacarán fotos para colgarlas en sus redes sociales. Se lo pasarán de puta madre. Les esperamos». Para otros, son los macroproyectos de lo que sea, para ganar dinero sobre todo en la ciudad. En el pueblo las migajas. Como los aerogeneradores implantados desde la ciudad sin contar con la población rural y sin una ordenación del territorio.

Es un libro lleno de sentimiento. Bien escrito y ameno. Es un ensayo, aunque se lee como una novela. Habla de muchos temas: «educación, propiedad de la tierra, del amor y los casamientos, de las tradiciones, del lenguaje», aludiendo a todos los sectores, «intentando sugerir que la solución está en nosotros mismos». Es un libro diferente sobre la despoblación.