La socialdemocracia clásica europea se desmorona frente a una política de austeridad injustamente repartida -por complicidad o incapacidad- que empobrece lo público y restringe derechos sociales. Obviamente, cada caso presenta sus peculiaridades, pero bien haría el socialismo español, ahora en la encrucijada, en tomar nota. En Francia ha sido la gestión desde el Gobierno, opuesta a lo prometido, la que ha acabado hundiendo y dividiendo al partido. En la Alemania de la coalición con los conservadores de Merkel, la expectación inicial que levantó el regreso del notable Martin Schulz llegó a disparar diez puntos las encuestas, pero se ha desvanecido en las urnas a las primeras de cambio. Su credibilidad ha quedado en entredicho al no presentar un programa clarificador -hay sitios donde la tibieza y la incongruencia se pagan caro-.

Nada que ver, desde luego, con la propuesta decididamente de izquierdas y un tanto desesperada que acaba de presentar Corbyn en el siempre particular escenario británico. El líder laborista está cuestionado dentro y fuera de su formación, aunque nadie puede asegurar que con cualquier Miliband o similar tendrían mejores perspectivas.

En el caso de los socialistas españoles, desde mañana mismo está por determinar no solo qué papel debe tener la militancia, desde consultarlo todo (Sánchez) a regularlo con un «porcentaje significativo» (Díaz). Queda por resolver también si se aspira a un partido de masas o de cuadros; de ciudadanía o clientelar; si se arriesga o se defiende; si seguirá adelante el pulso de personalismos por ambición o venganza -aunque todos hablen de generosidad, extraña cualidad en política-, y sobre todo qué alianzas pretenden explorar en este campo abierto sin mayorías en el que se ha convertido la política española y cuyas únicas líneas rojas no deberían ser las de un programa de máximos... sino de mínimos.

Más que unas primarias, más que un ejercicio de democracia interna, más allá de quién gane hoy la secretaría general del PSOE, lo que está en cuestión es qué tipo de liderazgo corresponde a este nuevo tiempo en el que la sociedad civil demanda más participación, da y quita apoyos inesperadamente -lo que antes era voto indeciso o útil es ahora voto volátil o mutante- y responde a otras lógicas todavía poco previsibles. Con tanto por hacer, no estaría de más que quien gane empiece por recordar esta frase de Napoleón: «Un líder es un repartidor de esperanza». H *Periodista