Los Juegos Olímpicos regresan mañana a Atenas tras 108 años. Y lo hacen envueltos en tres polémicas que amenazan con devorar la magnitud, importancia y vistosidad de uno de los mayores espectáculos deportivos y televisivos del mundo.

Una es la más que presumible corrupción de algunos miembros del senado olímpico proclives a recibir regalos y dinero por su voto. La idea promovida ayer por el hijo de Samaranch para que los integrantes del COI reciban un sueldo debe de ir encaminada a evitar esas tentaciones, como si ser honesto tuviese un precio.

El dopaje es otra de las plagas. De éstos y de otros JJOO. Pero el COI ha de ser implacable --en una especie de juego de policías y ladrones que disponen de técnicas sofisticadas-- con los deportistas, técnicos y médicos que hacen trampas. Y, por último, la seguridad de los propios JJOO, una competición que constituye un tentador escaparate planetario para saboteadores de todo signo. Un riesgo hipotético que los organizadores griegos, que se han desvivido para que todo salga bien, pese a las muchas críticas prematuras que han recibido, esperan neutralizar con un dispositivo de prevención sin precedentes.