Siempre me han aburrido un poco las novelas generacionales. Ahora he descubierto por qué: porque no eran de la mía. La editorial Caballo de Troya está llenando mis estanterías de historias que podrían ser la mía. Con Ama tuve la sensación de que Galicia y el País Vasco venían a ser mi Extremadura y mi Cataluña, y con Cambiar de idea comprendí que toda una generación de mujeres nos hemos construido al mismo tiempo que esta nueva ola del feminismo, que aún no podemos acotar del todo porque la estamos viviendo en directo. Ahora, con Listas, guapas, limpias me doy cuenta de que, cada vez, lo que otros llaman novelas generacionales está más cerca que nunca. Y probablemente completa esta especie de trilogía de memoria personal. Las chicas del extrarradio de Barcelona crecimos sin identidad y nos la hemos ido construyendo sobre la marcha. Nos hemos enamorado y desenamorado de nuestras parejas y nuestras amistades en función de cómo lo que llaman ascensor social se iba metiendo en nuestra vida hasta hacerlo estallar todo. Yaiza y Hugo frente al nuevo mundo. La protagonista de Listas, guapas, limpias contra el desencanto, la vergüenza y el don de sentirse desubicada en cualquier parte. Las novelas generacionales que empiezan a hablar de mi generación van, sobre todo, de hombres y mujeres jóvenes que son educados por hombres y mujeres de mediana edad que viven en mundos que no se tocan, que se reconocen pero que se perciben como extraños. Nuestro deber es comprender ambos contextos, y deshacernos -sin caer en el desagradecimiento- poco a poco de lo que no nos pertenece, aunque nos envuelva por completo. La clase, el ascensor social, el Estado del bienestar, el género, el acceso a la cultura y la información... Cuántas contradicciones. H *Escritora