«La originalidad no es más que una imitación hecha con juicio». Esta frase del escritor Murakami describe la base de construcción para nuestra particular personalidad. El aprendizaje humano comienza gracias a la imitación. Saludamos a un bebé a través de todo tipo de contorsiones faciales y pensamos que se ríe con nosotros. Todavía no. La sonrisa que muestra es la imitación de lo que ve. Ya adultos, asimilamos que el mimetismo es útil para adaptarnos al medio. Los pequeños más veloces juegan al Pilla pilla y atrapan al resto gracias a su rapidez. Los más lentos utilizan la habilidad. Esperan escondidos a que pase su víctima cerca para sorprenderla sin posibilidad de respuesta. Ambas estrategias son útiles socialmente. Al comenzar un nuevo trabajo o relación, nuestra flexibilidad de conducta es máxima. Como dice el refrán: «Donde fueres, haz lo que vieres».

Pero este comportamiento no se asume de forma habitual. Lo importante es adaptar las conductas y no la personalidad. Si solo hacemos lo último, seremos otros personajes pero no enriqueceremos nuestra personalidad con diferentes registros. Nos convertiremos en camaleones sociales, y eso requiere un esfuerzo estresante, por agradar o no disgustar. Recuerden la película de Zelig. Esa comedia de Woody Allen en la que su protagonista, para defenderse del entorno social, cambia su apariencia y comportamiento adaptándose a las diferentes situaciones por las que pasa. Muchas personas acomplejadas o temerosas piden ayuda psicológica y nos demandan vitaminas de personalidad para hacer frente al mundo que les rodea. Mimetizarse puede ser una solución porque no consiste en evitar los problemas, sino en hacerles frente con otro tipo de estrategias adaptativas.

El nuevo Gobierno ya ha estrenado, con apreturas, la mesa de sus deliberaciones. Los nuevos socios de Unidas Podemos han optado, sabiamente, por mimetizarse ante tanta novedad. Ya lo decía McLuhan, «el medio es el mensaje». El hábito no hará al monje, pero la cartera sí consolida a un ministro. Los nuevos inquilinos del Ejecutivo no han cambiado sus maletines de piel por mochilas de tela. Sus fórmulas creativas de acatamiento constitucional no han pasado del Congreso a la Zarzuela. Cuesta saber si Alberto Garzón es el ministro comunista de los consumistas o viceversa. Irene Montero, ministra de Igualdad, ejerce su cartera en un Consejo tan paritario como paritorio de medidas sociales. Yolanda Díaz no es la musa del revolucionario Pablo Milanés sino la encargada de deconstruir, con los sindicatos, la denostada reforma laboral. Manuel Castells ya no es el revolucionario del 68 francés, sino el simpático intelectual que pasea junto a un Pedro Sánchez vigilante de su futuro en las playas de Santa Mónica. Pero ha sido Pablo Iglesias el que mejor ha ejercido de Reed Richards, el señor Fantástico de los héroes de Marvel. Su capacidad de estiramiento para adecuarse al nuevo medio define lo que es un gobierno de colaboración. Esta inteligente actitud implica desazón para las derechas apocalípticas y acierto para la salud de la izquierda y el Gobierno. También debemos, en parte, la solidez del Gobierno, a un PP que ha mutado el centrismo por el cenutrismo político. A un gabinete le debilitan sus componentes y le consolidan sus detractores. Así que cuatro años y lo que queda.

En Aragón los listos de Schindler despiden a 119 personas porque prefieren producir en Suiza y Eslovaquia. La deslocalización cierra el círculo trágico contra los trabajadores. Lo hace en la cuna del sindicalismo más activo. Donde se curtió el movimiento obrero zaragozano en lo que fue la antigua Giesa, fortín del metal del entonces clandestino CCOO Espero que estos despidos no se computen a la prevista subida del salario mínimo. Que hay informes muy locos por ahí. Lo que está claro es que nuestra comunidad no puede vivir solo de las subastadas y volubles nubes de Amazon. Necesitamos un tejido industrial moderno, eficaz y productivo que fortalezca y vertebre nuestro territorio. Reverenciamos el futuro de los datos multinacionales mientras asistimos al sacrificio, sin pudor, de trabajadores de carne y hueso, con familia y futuro.

En Zaragoza, Sauriazcón rechaza el acuerdo presupuestario que le ofrece Pilar Alegría, si se aleja de los Calvorcos. Y es que el alcalde no solo ha adoptado a la ultraderecha, sino que se ha adaptado a ella. De tanto imitarles ya son de los suyos. Les ha cogido cariño y ellos le tienen cogido a él. Julio Calvox le hace el trabajo sucio al PP y pide él sin vergüenza quitar las ayudas a la cooperación, igualdad, inmigración, memoria histórica o a los sindicatos. Ha pasado al alcalde una lista de Schindler, esta vez de condena, para fusilar económicamente a todo lo que huela a municipalismo progresista. Eso sí, quiere poner una oficina de atención a embarazadas para que sus amigos ultras de HazteOír receten biblias como antiabortivos. Necesitamos un Hazlehuir ante tanta desfachatez. Aún echaremos de menos la influencia del Opus en la derecha de orden, frente a la amenaza de la nueva «internacional Cristo-neofascista», como la define el teólogo Tamayo. Menos mal que los ultras andan un poco descoordinados. En la Aljafería, los de Vox han pedido que nadie acuda a manifestaciones con el rostro «tapado, cubierto o embozado». Pues venga, toda la Semana Santa a tomar por el capirote.

*Psicólogo y escritor