No, no estoy en Liverpool. No he estado nunca. Pero sé que tengo una deuda pendiente con esa ciudad. Si he peregrinado al París de la Piaff y Charles Trenet, si he callejeado por la Roma de Modugno y Paolo Conte, si me he perdido en Nueva York buscando a Lou Reed y a Cohen por Ludlow Street y el Chelsea Hotel, lugares, todos, a los que he acudido para sentirme cerca, más cerca, de aquellos que configuraron mi educación sentimental (escrito así, suena a cursi y a novela de quiosco, pero lo que hay es lo que hay y lo que somos es lo que somos), ¿cómo no voy a viajar entonces al Liverpool de los Beatles?

Confieso que hasta ahora no me había dado cuenta de que llevo 54 años aplazando ese viaje, los que han pasado desde aquel 3 de julio de 1965 en que ellos vinieron a Barcelona y yo acudí, uno más entre otros miles, al encuentro en la Monumental. Es posible que el sol de entonces, en aquellos primeros días de julio, quemara ya tanto como el de ahora. No lo recuerdo. Lo que recuerdo es el viento que me azotaba la cara durante el viaje de Mollet a Barcelona, sentado en el Biscúter descapotable que nos llevaba al concierto y con el que volvimos a casa, de madrugada, acarreando una afonía considerable, fruto del viento, el frío y el cantar a voz en grito She Loves Me, en modo bucle, tanto a la ida como a la vuelta.

Los Beatles y el Biscúter, dos iconos de la década de los 60, unidos en el recuerdo de aquel día. Guardo, enmarcada, la entrada (sillón de pista, fila 12, número 14) por la que pagué 400 pesetas. La miro mientras escribo. Y los cuatro -John, George, Paul y Ringo- me miran, a su vez, desde el papel, mientras suena Yesterday en mi cabeza y me vuelve el olor a gasolina y aceite de ese largo viaje hacia el futuro que empezó esa misma noche.

Yesterday, de Danny Boyle, es el título de la película recién estrenada que me ha llevado a escribir lo que ahora leen. Insólita película que parte de una premisa tan imaginativa como increíble: ¿es posible un mundo sin las canciones de los Beatles?

Veo, en la pantalla, las caras de quienes descubren Let it be y oyen por primera vez Hey Jude y me digo que no, que sin ellos nada hubiera sido lo mismo. Ni el mundo, ni yo, ni la música, ni el tiempo. Y es por eso que ahora me propongo, por fin, viajar a Liverpool. Para llevarle unas flores a Eleanor Rigby, cruzar despacito Penny Lane y perdeme en los «strawberry fields forever, and ever, and ever».

*Actor