La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos ha anunciado que las películas deberán cumplir unos criterios de diversidad para poder optar al Oscar. Algunos han señalado que así tendremos unas reglas claras, y que esa orientación ya operaba de manera oficiosa.

Puede verse como una versión del Código Hays adaptada a la sensibilidad actual. Las directrices son distintas pero se puede aplicar la objeción que emitió Theodor Adorno: «Quizá una película que cumpliera rigurosamente con el código del Hays Office podría llegar a ser una gran obra, pero no en un mundo donde existe un Hays Office».

Ya existen programas y aplicaciones que permiten que midas la inclusividad de tu guion y que añadas una pizca extra de diversidad. La Academia no ha anunciado todavía en qué consistirán los criterios.

En parte de la industria cultural anglosajona parece que la diversidad es deseable en algunos terrenos (étnicos, sexuales, de género) pero amenazadora y peligrosísima en otros (como en determinadas opiniones ideológicas). Lo vemos cada semana, por ejemplo hace unos días en Hachette, por unas declaraciones de J. K. Rowling. Trabajadores de la editorial han manifestado su rechazo a publicar a la creadora de Harry Potter porque están en desacuerdo con su postura sobre la transexualidad: no es ni siquiera con el contenido del texto, sino con una opinión de la autora. La apelación a la diversidad va unida al dogmatismo: una opinión contraria se convierte en una agresión. La inclusión solo se consigue a través de la exclusión.

No debería sorprendernos o preocuparnos que una combinación de causa justa, exceso puritano y obsesión por las relaciones públicas de un organismo estadounidense produzca efectos levemente delirantes. Pero sabemos que tienen influencia en otras industrias. Y más en un momento de grandes empresas globales y tendencias miméticas. La reivindicación a la diversidad coincide con un sistema industrialmente proteccionista y una mentalidad provinciana tanto en términos espaciales como temporales.

Si grandes compañías de alcance internacional marcan esos estándares y otros los seguimos por imitación puede haber diversidad dentro de una película pero no en las películas en su conjunto. Se reproducirían una serie de valores y ambientes -multiculturales, heterogéneos- bastante parecidos. Esas ideas y ese mundo se parecen bastante a los míos, y estoy cómodo con ellos. Pretender que sean los únicos que se representan, o los que se representan sobre todo, puede resultarme agradable, pero no es exactamente diverso.