Este año una ola de sofocante calor se ha adelantado a la entrada del verano astronómico, en vísperas de las vacaciones estivales. Puntuales a la cita, llegan las recomendaciones (de obligado cumplimiento) para lucir una silueta propia de mejores tiempos, junto con el oportuno bombardeo de soluciones milagro para conseguirla. ¿Dónde han quedado la dieta mediterránea, las recomendaciones de Grande Covián y la conveniencia de realizar regularmente ejercicio físico? Durante estos meses, resulta especialmente paradójica la contradicción entre el hartazgo de comida basura y el consiguiente esfuerzo que supone después el deseo de adelgazar a toda costa. También sorprende la fe depositada en dietas y recursos falaces, que pueden llegar a poner en grave riesgo la salud, cuando con tanta facilidad se cuestiona la información recibida de fuentes más fiables; quizá ello responda a idénticas razones por las que se otorga mayor credibilidad a los comentarios en las redes sociales que a lo reflejado en los medios de comunicación, especialmente si está relacionado con contenidos de carácter ideológico o político. Un extraterrestre recién llegado a la Tierra nos miraría atónito: ¿Qué nos mueve, en qué creemos?; ¿cómo explicar el derroche de voluntad que se exhibe en ocasiones, para de inmediato caer en el extremo opuesto? Si quien bien nos quiere y conoce, nunca exigirá la renuncia a nosotros mismos, ¿por qué esa obsesión por aparentar lo que no somos? Permitimos que el absurdo nos tiranice, pendientes del advenimiento de un nuevo otoño para arrinconar bikinis y bronceados, pero la salud no se olvida del daño que una conducta errática le infringe. Y, por cierto, el planeta tampoco se olvida de lo que le hacemos; nos lo demuestra con veranos cada vez más calurosos.H *Escritora