La noticia de que el Estado español asumirá la mayor parte de las infraestructuras pendientes de la ciudad de Zaragoza podría ser una de las mejores del año, y de la primera década del siglo XXI, si en efecto todos sus acuerdos llegan a cumplirse.

Los aragoneses, tan hechos a la componenda y el prorrateo de los sucesivos gobiernos, han acogido con satisfacción y esperanza, pero también con un punto de vernáculo escepticismo, la firma del protocolo a tres bandas entre el ejecutivo de Rodríguez Zapatero, la DGA y el Ayuntamiento de Zaragoza.

Una foto histórica, ciertamente, que justifica en sí misma la candidatura de la Expo como un excelente gancho para la atracción de inversiones, y un éxito político compartido por Marcelino Iglesias y Juan Alberto Belloch. El presidente autonómico avanza otro paso en la laminación del maleficio que parecía mantener a los titulares del Gobierno de Aragón a una insalvable distancia de los intereses de la capital regional, mientras que el alcalde consolida su gran apuesta con un pagaré estatal y dispone a partir de este momento de una buena coartada si se pincha en París.

Parece claro que el compromiso financiero adquirido por las tres administraciones, cuyo monto podría aproximarse a la astronómica cifra de mil quinientos millones de euros, se cumplirá a rajatabla en el caso de que la elección del BIE nos sea favorable. Si el triunfo se decanta por Zaragoza, Rodríguez Zapatero y sus ministros deberán aplicarse con escrúpulo a consignar en los presupuestos del Estado, hasta el 2008, más lo que demoren las obras que llegada esa fecha puedan quedar pendientes, todas y cada una de las partidas viarias, medioambientales, urbanísticas y estructurales que requerirá la Exposición, su entorno, sus torres, pabellones y puentes, la remodelación de riberas y hasta ese Espacio Goya que tan misteriosa y súbitamente ha encandilado a Carmen Calvo.

Sin embargo, en la circunstancia de una derrota (extremo que en absoluto puede descartarse, pues la competencia de Trieste es frontal, e interesante su proyecto), el gobierno español podría ir descubriendo sucesivas excusas para demorar o recortar esa inversión prometida.

Si no hay Expo, en una palabra, el interés de Madrid decaerá, o se concentrará en otros polos de atracción de imagen, y costará lo suyo pelear con Solbes la adjudicación de partidas redondas. Se harán cosas, por supuesto, pero probablemente, sin la urgencia de los plazos de la Expo, sin el horizonte de un 2008, con otra intensidad y ritmo.

En cualquier caso, y a expensas siempre de lo que suceda el 16 de diciembre en París, hay que valorar la jugada política, felicitar a sus promotores y confiar en que esa lluvia inversora modernice una ciudad que durante mucho tiempo ha permanecido ajena a las grandes promociones urbanísticas y publicitarias.

Zaragoza, poco acostumbrada a ganar, a brillar, tiene en la mano herramientas para labrarse un futuro más referenciado. Hay que exprimir la ocasión, sin descender la guardia.

*Escritor y periodista