Uno de mis maestros más entrañables, ducho en mil avatares políticos, solía decir que "el dinero es la política de la política". El utilizaba la sentencia, por demás ambigua y polisémica, para destacar el hecho difícilmente rebatible de que en esta vida es habitual que el poder económico prevalezca sobre el que emana de la voluntad del pueblo. Pero también quería poner de manifiesto que las decisiones que tienen que ver con el dinero no sólo obedecen a la lógica de los mercados. Pueden ser política pura y dura.

Viene esto a cuento del tacto evidente que los dirigentes socialistas están desplegando en el diseño de la nueva etapa de relaciones con los sectores de la economía nacional. Sectores en los que hay de todo, como en botica: lugares donde los rayos del sol de la democracia no entran ni por asomo desde hace más de veinte siglos y áreas dinámicas, competitivas y modernas que son perfectamente homologables. Se trata, en todo caso, de sectores que son por naturaleza extraordinariamente delicados. Es importante --y esto los saben desde el vicepresidente Solbes hasta el último director general del consejero Bandrés-- que la economía discurra por caminos de placidez y normalidad porque todos nos jugamos mucho en el envite. Eso explica que quienes dirigen hoy las instituciones de gobierno hayan puesto el freno a los habituales cortadores de cabezas, con una actitud que favorece la estabilidad y la prudencia. Al menos por ahora, no se esperan vientos huracanados en la economía. Si acaso, lluvia fina.

+*Periodista