Tradiciones y leyendas constituyen, sin duda, el pan y la sal de los pueblos; un maná que es preciso aderezar con imaginación si anhelamos preservar su lugar de privilegio en nuestro corazón.

Los Amantes de Teruel son un ejemplo de tan digna aspiración y han de renacer cada 14 de febrero para inflamar el seno del terruño que los engendró. Isabel de Segura y Diego de Marcilla, protagonistas del romanticismo más realista, se inventaron el uno al otro y de su unión imposible tejieron un lazo eterno.

Su historia, acunada durante siglos como las nanas que siempre se reencarnan en los labios que las entonan, es más fuerte que sus restos y los del mausoleo que los alberga: se hace, pues, precisa una restauración urgente, demorada demasiado tiempo.

Durante todo un año, necesario para una intervención que les habilitará, además, un espacio de mayor amplitud, Isabel y Diego reposarán en la Iglesia de San Pedro. La espera habrá valido la pena: los amantes se lo merecen. Y todos los románticos que aún no han fenecido ahogados en el cenagoso tarquín del dinero, también.

*Escritora