L a misma semana en que el premier británico Boris Johnson anunciaba la suspensión del Parlamento de Westminster para poder jugar con las manos libres su particular partida de póker en torno al brexit, un tabloide --el Daily Mail-- desvelaba que la casa de la moneda había descartado acuñar una moneda de 50 peniques con el rostro de Enid Blyton, autora de la famosa saga de novelas juveniles Los cinco. Según las actas de las reuniones, los responsables de la Royal Mint consideraron que Blyton no merecía este reconocimiento en el 50 aniversario de su muerte por tratarse de una escritora «racista, sexista, homófoba y poco reputada». Aunque esta última coletilla refleja a la perfección la suficiencia con la que el mundo de la cultura ha juzgado algunos géneros y a algunas autoras, al final se impusieron la corrección política y una decidida voluntad de ahorrarse problemas.

Esta mezcla de transgresión y recato dibuja uno de los mejores retratos de nuestro tiempo. Así, mientras el primer ministro del Reino Unido se muestra dispuesto a poner en un brete a todas las instituciones del país -empezando por su majestad la reina-- con tal de conseguir sus objetivos, una instancia sin connotaciones políticas decidía qué tipo de mensajes debe trasladar una obra para que su autora se haga merecedora de un homenaje público. Sin duda, podría alegarse que los libros de Blyton y sus vívidos personajes --que conquistaron a millones de lectores en todo el mundo, entre ellos a un servidor-- se limitan a reflejar los valores de una época determinada. Pero, en realidad, la decisión adoptada por la casa de la moneda británica habla más de la decadencia de un país que se aferra a la libra por complejo de inferioridad frente a sus vecinos que de una de sus escritoras más populares.

Uno de los elementos recurrentes en la saga de Los cinco es la solidaridad entre los miembros de un grupo formado por dos chicos, dos chicas y un perro. Sin que haya todavía noticias de denuncias de grupos animalistas al respecto, uno de los pecados de Blyton consistiría en haber pergeñado un personaje como el de Jorge/Jorgina, una chica que se hace llamar por el equivalente masculino de su nombre y que reniega de las convenciones en torno a la femineidad que le prohíben las actividades que encuentra más divertidas y la alejan de la situaciones de riesgo que tanto le atraen. En casi todas las entregas, alguno de los miembros sale de algún apuro con ayuda del resto, una lógica que no parece compartir el exalcalde de Londres, responsable de la fraudulenta campaña que propició la victoria del sí en el referéndum sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

Escritos en los años de posguerra, los libros de Blyton contienen sin duda fuertes resabios poscoloniales que hoy resultan incómodos a ojos de los portavoces de las minorías raciales. También conservan un halo de respeto por una familia tradicional que sería puesta en la picota pocos años después por el movimiento hippy y que contrasta con los estándares de nuestra época. Sin ir más lejos, una de las consignas feministas de aquel momento -lo personal es político-- está en la base de la serie de condenas públicas que están sacudiendo el mundo artístico, denunciando aspectos controvertidos de la vida íntima de personajes como el tenor Plácido Domingo. No en vano, para muchos ciudadanos la condena de determinadas conductas -más allá de su adecuación a la ley-- se ha convertido en uno de los principales elementos de confrontación ideológica.

Mientras algunos trazaban inquietantes paralelismos entre la situación que atraviesa la democracia británica y el periodo final de la república de Weimar, muchos periódicos recogían estos días las declaraciones de la presidenta de turno del Festival de Venecia, la directora argentina Lucrecia Martel, en torno a la imposibilidad de separar la vida y la obra del director de películas como Chinatown, Roman Polanski. Si en su día Polanski recibió el apoyo de la mayoría de intelectuales europeos, hoy muy pocos estarían dispuestos a respaldarle en su negativa a rendir cuentas ante la Justicia por un turbio episodio de relaciones sexuales con una menor en los años 70. Mientras tanto, tipos como Johnson, Salvini o Trump ganan cada día más respaldo popular a base de transgredir nuestras normas fundamentales de convivencia. H *Periodista