Los profesionales sanitarios recibieron durante la pasada primavera un merecido reconocimiento público brindado a través de ventanas, balcones y terrazas, aplauso con el que se pretendía manifestar un inmenso agradecimiento por su labor, que en ocasiones llegó a rozar la heroicidad. También los premios Princesa de Asturias de la Concordia se han unido a celebrar el abnegado cometido de un colectivo que «en el miedo, desaliento, cansancio infinito y lágrimas, siempre se levantó, porque rendirse no era opción».

Tanto durante la primera ola de la pandemia como en la actualidad, han sido constantes los gestos y muestras por parte del personal sanitario testimonio de un talante digno de elogio, siempre pendiente de suavizar en lo posible el sufrimiento de los pacientes; así, en el hospital San Jorge de Huesca se proporciona dispositivos a los enfermos aislados para que puedan comunicarse con sus seres queridos, siquiera en forma virtual a través de una pantalla, en tanto que también se anima a estos familiares a intercambiar mensajes de ánimo y cariño, tan importantes para quienes han de soportar un confinamiento con visitas restringidas por el riesgo de contagio. Pero tan esmerado esfuerzo y disposición de estos profesionales no se traduce en un adecuado reflejo en cuanto al Sistema de Salud globalmente se refiere. Se está perdiendo el contacto cara a cara entre médico y paciente, sustituido por un servicio telefónico que ni siquiera puede presumir de eficiencia ni es diagnóstico fiable; los afectados por otras patologías sufren demoras y carencias inaceptables, mientras que el sistema amenaza colapsarse sin capacidad para atender las quejas de los enfermos.

Sin embargo, cuando todo parece resquebrajarse en torno a un servicio absolutamente cardinal, no se trata de buscar culpables, sino soluciones.