Nada hay más bobo que un circo en el que el trapecista salta a dos metros del suelo y con un colchón debajo, pero el público, reclutado entre familiares y amigos, le aplaude cualquier majadería. El colmo sería que los medios de comunicación enviaran a sus periodistas a dar fe de tal acontecimiento y, so capa de objetividad, describieran el número sin denunciar las trampas y dejaran constancia de los aplausos del respetable. El fraude a la buena fe del personal sería de dimensiones considerables. ¿O no?

Pero peor sería que el trapecista fraudulento, arropado por los suyos, se pusiera fanfarrón y, así crecido, insultara a los discrepantes. El trapecista Aznar, después de sus falsas hazañas, lo hizo en Calatayud con chulería tabernaria, e insultó a la mayoría de los aragoneses y de sus legítimos representantes. Nadie pudo contestarle o preguntarle. Así es este circo, señores, tomen nota y cuéntenlo, no piensen y, sobre todo, no opinen.

A falta de preguntas y respuestas, de debate --y de democracia, en suma--, el que más grita es quien más razón tiene y el más soez quien mejor lo hace. Por favor, que alguien abra las ventanas, que esto empieza a ser asfixiante. Un incondicional citó una jota y dijo que en Calatayud no se dice adiós sino hasta luego.

Recordé otra vieja letra. Hasta luego, cocodrilo, dan ganas de decir. Y la verdad es que no pasaste de caimán pero, eso sí, tampoco perdonaste un solo mordisco, ni siquiera por educación.

*Periodista