Los verdaderos lujos, los que de verdad satisfacen el espíritu y colman el alma, son aquellos que no cuestan dinero o cuestan muy poco, los que aun teniendo un coste económico se nos ofrecen de forma gratuita, los que se basan en el disfrute de cosas o servicios por los que alguien ya pagó un precio; o los que, aunque requieren de una gran inversión, se disfrutan sin hipotecas secundarias.

Algunos ejemplos cercanos:

Un sábado cualquiera de otoño decido pasar la tarde en el Museo Pablo Serrano. La entrada es gratuita y aun así una educada recepcionista me recibe como si fuera el único visitante de esa tarde. Parece que lo soy, estoy completamente solo, subo y bajo por las larguísimas escaleras mecánicas, deambulo por sus estancias sin cruzarme con nadie, y dedico más de dos horas de soledad absoluta a admirar la colección permanente de esculturas de Pablo Serrano, ubicada en la magnífica primera planta. Me provoca risa la iniciativa de un famoso museo de Nueva York, que cobra una cantidad considerable para que unos pocos visitantes puedan darse el lujo de visitarlo en casi absoluta soledad a las siete de la mañana, antes de que se abran las puertas a la multitud de turistas que mancillan cada día sus salas.

La España vacía se ensaña en casi todo Aragón, y mientras estos territorios languidecen, no muy lejos de ellos tienen lugar al mismo tiempo varios lujos de muy distinta naturaleza: hordas bien organizadas de independentistas catalanes se dan el lujo impune de utilizar a su antojo como arma política el paso fronterizo de La Junquera. Los ocho carísimos y lujosos kilómetros del túnel del Somport perforan el Pirineo como si nada, para desembocar, ya en suelo francés, en una carretera de montaña, con no pocos tramos en los que hay que circular a 30 km por hora. Los casi otros ocho kilómetros del túnel ferroviario de Canfranc siguen cerrados, casi 50 años después de un accidente que sirvió de justificación al lujo de cerrar un paso transfronterizo de primer orden en cuya construcción se invirtieron ingentes cantidades de recursos a principios del siglo XX.

La inteligencia de Estado parece ser en estos y otros casos un lujo gratuito que nuestros políticos no suelen permitirse, pero si cedieran a la terrible tentación del lujo verdadero, esos servidores públicos que aparecen todos los días en la televisión abrirían o reabrirían sin demora un corredor alternativo a los de Irún y la Junquera, justo por el camino de en medio, justo por Aragón, justo y en justicia atravesando parte de esa languideciente España vacía en la que, sin embargo, empresas punteras como Amazon, entre otras, se han fijado para establecerse, gracias a la calidad de vida que ofrecemos, al talento secreto que se esconde en nuestra tierra y al trabajo invisible de unos cuantos servidores públicos, de esos que apenas aparecen ni aparecerán en las noticias.

Extraigan conclusiones quienes deban hacerlo, para evitar por ejemplo que tenga que existir un partido político llamado Teruel Existe; para evitar por ejemplo que dos CCAA que aspiran con todas sus fuerzas a abandonar España controlen en su territorio los dos únicos pasos terrestres razonables entre España y el resto de Europa; para evitar por ejemplo que muchos de nosotros despreciemos olímpicamente lo que gratuitamente o casi se nos ofrece: aceras en perfectas condiciones por las que pasear, carreteras envidiables por las que circular, líneas férreas de alta velocidad que acercan lo que estaba tan lejos o magníficos museos en los que disfrutar de la soledad, como sólo parecen saber hacer los habitantes de Nueva York.

Extraigamos conclusiones los ciudadanos que votamos tanto y tan a menudo, y premiemos, donde los haya, a los políticos dotados de inteligencia de Estado; mientras castigamos sin piedad a los que pervierten la esencia de su noble dedicación: a los oportunistas, a los mediáticos sin carisma, a los avariciosos con labia, a los estrategas de café, a los tácticos de sala de espera, a los mediocres en busca de un minuto de gloria, a los parados sin oficio conocido pero con pretensiones, a los emprendedores de lo público, a los franquiciados de la política, a los subvencionados eternos, a los pregoneros de su paso adelante, a los vendedores de humo, a los traidores sin más; y en general a cualquiera que pretenda servir a sus vecinos y no sepa apreciar que los verdaderos lujos, los que de verdad satisfacen el espíritu y colman el alma, son aquellos que se nos ofrecen sin exigirnos a cambio casi nada.

*Escritor