Luto, desesperación y serenidad. Es incomprensible, peor que las catástrofes naturales. La maldad humana, sin motivo. Puedes imaginar a esos criminales, minutos antes de estallar las bombas, caminando entre la gente, no muy lejos del lugar en que va a producirse la masacre. Quizá desayunando tranquilamente en un bar, esperando a ver por las televisiones ese programa especial, un especial interminable. ¿Cómo pueden estar tan idos de la olla? Ahora estarán desayunando, celebrando su éxito, lamentando los fallos. Quizá estén yendo a cobrar.

Ahora sólo tenemos muertos y heridos, y familias rotas. Igual que cuando se muere un familiar, hay que pasar por eso, hay que repetir los pasos del luto, el atropellamiento, la manifestación silenciosa, el ritual del sepelio, arropar a los vivos, que no se den cuenta de lo que pasa, que no estén nunca solos ni olvidados, como han estado todos los anteriores, las víctimas innombrables. Volver a casa y ver que no hay nadie. Sin saber por qué ni a qué fin. Sin motivo ninguno. Un día y otro día, nadie. Sólo la demencia.

La campaña ha terminado, es como si ya no hubiera elecciones, como si diera igual. El embotamiento es absoluto. Aparte de la condena, la manifestación, el luto, la defensa de la vida y de la democracia, no hay gran cosa que decir. El mundo se acabó ayer, el 11-M quedará ensangrentado para siempre, como una zona cero en medio del país sonámbulo. Parecía que esto no podía pasar aquí, que siempre iban a interceptar a los asesinos en remotas carreteras comarcales, que las furgonetas nunca iban a llegar. Y han llegado con todas esas bombas al centro de la capital, que ya se preparaba para la boda, que acababa de celebrar una de sus grandes ceremonias futbolísticas la noche anterior. No se puede decir que fueran unos aprendices de asesinos, había demasiadas mochilas, con teléfonos y ollas y bombas. Hijos de puta. Aunque todo es posible, el mundo es tan vulnerable. Quién no lleva una mochila, un macuto, una cartera. Ya no se podrá coger nunca más un tren, ni un bus, sin echarse a temblar. Todos los vagones nos conducirán a esos vagones de la muerte. Elecciones de luto, larguísima jornada de reflexión. Quedarnos con lo mejor, la respuesta de la gente, la gente corriente, que da su sangre, echa una mano y hoy ha madrugado para ir a trabajar, al vagón.

*Periodista y escritor