La política exterior de EEUU, al igual que la interior, abunda en los trucos de siempre, exacerbados por ese afán superlativo que aporta la comunicación on line a escala global. Por eso el fenómeno Trump fascina a tanta gente, porque resume, amplia y exhibe con fantástico desparpajo las manipulaciones y trucos utilizados durante siglos por el poder. Uno de los más macabros de todos es deslegitimar al enemigo, asignando a sus armas un objetivo asesino y a las propias un valor justiciero. El ejército norteamericano, por ejemplo, lanza una bomba descomunal (grande sí que era, la muy cabrona) y convierte aquello en una gran hazaña. Pero sus gabinetes de comunicación no cesan, sin embargo, de denunciar al ejército sirio o a los yihadistas iraquís por usar, respectivamente, bombas-bombona caseras o drones reciclados que imitan a los drones-drones, los auténticos asesinos silenciosos, los fabricados en Norteamérica o Israel. Por lo visto, matar con la última tecnología es aceptable; hacerlo en plan artesanal, no.

Sé que mucha gente ha sido convencida de que, ante los conflictos que nos rodean (empezando por los más próximos), no cabe situarse en posiciones intermedias o ajenas a la confrontación. Hay que tomar partido. Pero eso es cada vez más difícil. La República española, por ejemplo, permitió que miles de inocentes fuesen asesinados, a menudo por su simple adscripción religiosa. Pero la causa republicana era esencialmente justa. Los ejércitos aliados acabaron con la vida de decenas de miles de franceses cuando desembarcaron en Normandía, redujeron a cenizas ciudades enteras de Alemania... y no hablemos de la campaña de los soviéticos desde Stalingradro a Berlín. Sin embargo, derrotar al nazifascismo era prioritario, imperativo.

Ahora la causas se desdibujan unas sobre otras y ya no existen guerras ni contradicciones donde quepa distinguir a los buenos o a los menos malos. Todos son aborrecibles. Podrán manipular la opinión pública, mentir y confundir. Pero al final solo queda, letal y expresiva, la madre de todas las bombas. ¡Bum!