La decisión de diferentes organismos de facilitar permisos de maternidad y paternidad a los funcionarios que vayan a buscar a otros países hijos mediante la gestación subrogada es una medida probablemente lógica y razonable, pero afecta solo a un aspecto menor y colateral de un asunto extraordinariamente complejo y polémico. Tras varias sentencias dictadas por el Tribunal Supremoen las que se reconoceese permiso laboral a parejas demandantes, se ha reabierto el debate sobre la legalización de esta práctica en España.

El debate de fondo sobre los llamados vientres de alquiler, sin embargo, permanece, al igual que la indefinición legal que existe sobre esta técnica de reproducción en la que una mujer acepta que se transfiera a su útero el embrión previamente engendrado mediante fecundación in vitro por otra persona o pareja, dando lugar así a un embarazo por encargo.

Las dudas éticas que plantea esta técnica no son fáciles de resolver, y sus detractores argumentan que se facilita un uso instrumental de mujeres en situación de necesidad económica, que aceptan gestar por dinero un bebé que nunca será hijo suyo.

Pero no en todos los casos media una transacción económica. Antes o más tarde, todos los países deberán fijar criterios jurídicos a partir de una realidad: lo que la ciencia permite es mejor no ignorarlo sino regularlo.

Entre las iniciativas de Donald Trump en sus dos delirantes primeras semanas han figurado en lugar destacado sus intentos de dividir a la Unión Europea mediante sus elogios al brexit y sus acerbas críticas a Alemania, por ejemplo. Frente a ello, la UE optó en la cumbre de Malta por reforzar la unidad, pero a costa de rebajar sensiblemente el tono de la réplica a los exabruptos del nuevo inquilino de la Casa Blanca. A considerable distancia de la opinión del presidente de la UE, Donald Tusk, que había considerado a la nueva Administración norteamericana como una amenaza al nivel de China, Rusia o el Estado Islámico, los 28 convirtieron esa amenaza en «preocupación» y se inclinaron por el pragmatismo de las relaciones internacionales frente al proteccionismo y al aislacionismo promovidos por Washington. Pese a ser el blanco preferido de Trump, Angela Merkel marcó el camino de la respuesta conciliadora, en el que también se alineaban desde el principio España, Italia y Polonia, frente a la mayor beligerancia francesa. La rebaja europea es comprensible ante la necesidad de mantener la relación transatlántica, pero el apaciguamiento sería un error. En este sentido, Europa debería seguir la recomendación del presidente de turno, el primer ministro maltés, quien dijo que la UE no puede permanecer en silencio cuando se vean afectados los principios europeos.