Vuelvo a Daroca, a su Semana del Libro, para presentar Las madres negras, una novela de Patricia Esteban Erlés, que acaba de ganar el prestigioso premio John Dos Passos, concedido a primeras novelas, y sido publicada por Galaxia Gutemberg, sello también de campanillas.

Hasta la fecha, Patricia había destacado por sus extraordinarios relatos, testigos de un mundo interior rico, extraño y nuevo, por universos poblados de fantasmagorías y paradojas, por sobresaltos en las rutinas diarias e inquietantes descubrimientos en las pautas domésticas y sociales. Una literatura en la línea de lo fantástico, el realismo mágico, lo gótico, el terror, pero con una suavidad maléfica, un cromatismo distinto, una voz original y, sobre todo, el fuerte de la autora, un estilo brillante.

Esa misma calidad, en forma aquí de una prosa más fluida, con ritmo más vivo, pero igualmente exquisita se ha trasladado a la ambientación de Las madres negras. Atmósfera oscura, como ya el título sugiere, claustrofóbica, de un monasterio donde concurren elementos fundacionales no precisamente respetuosos con las normas canónicas y donde se educa a novicias desarboladas por la vida, huérfanas, niñas abandonadas, trágicas, a las que se cortará el pelo y recortará la libertad hasta el automatismo y anulación del libre albedrío.

En ese sofocante aire de metáfora religiosa y moral, la autora desplegará una nueva versión de la lucha entre el bien y el mal. Las fuerzas, los espíritus, la sugestión, los fantasmas sobrevolarán los muros de Santa Vela (el convento) como impulsados por un aire tormentoso y bíblico. Pero también, poco a poco, esas fuerzas espirituales irán tornándose carne de personajes y hasta el propio Dios comparecerá en la trama, con sus tentaciones y errores, expuesto al albur de un argumento que no domina. Novela densa, asfixiante y, más que gótica, simbólica o filosófica en su base intelectual, invita a pensar en el origen de las religiones y en la lucha del alma por sobrevivir en los tiempos oscuros, del fuego y del diluvio, cuando los primeros chamanes y sacerdotes escribían con sangre los mandamientos y versículos de sus atadura con Dios.

Una lectura para los que creen en el destino como fuerza telúrica, activa y real, y para quienes buscan en la novela otras puertas por las que transitar hacia lo desconocido.