Cada vez que las cifras se ponen feas, la presidenta madrileña carga contra Moncloa por permitir que el aeropuerto Adolfo Suárez sea un coladero de cepas británicas, sudafricanas o brasileñas, sin embargo, no abre el pico ante la invasión de europeos, especialmente franceses, que abarrotan últimamente los pisos turísticos de la capital. Madrid se ha convertido en el reducto de la libertad, en oasis de negacionistas y pasotas que exigen ejercer su derecho a emborracharse en grupo, mientras el resto de la población se empeña en mantener las medidas sanitarias recomendadas o en dormir unas horas antes de que suene el maldito despertador.

Cada vez que escucho o leo declaraciones de esta señora, debo restregarme los ojos y comprobar que mi capacidad de sorpresa es elástica. Admite que la salud será importante, pero que la gente tendrá que comer, trabajar y viajar. No sé si la presidenta conoce muchos casos de personas que se hayan quedado sin alimento o sin su derecho al trabajo, pero seguro que no ha sido debido a las medidas sanitarias, sino a variables que analizaremos en otra columna. Vaya, que la gente come, trabaja y viaja, por lo que veo, incluso a Andorra y Suiza, para colocar el capital obtenido en suelo patrio.

Un servidor, sin ir más lejos, come más de lo que debiera y se desplaza con salvoconducto a Teruel para impartir sus clases, sin vacunar por no hallarse en edad. Libertad, lo que se dice libertad, tengo poca: de casa al trabajo y del trabajo al tren, mirando con envidia esas mesas para cuatro en las terrazas. Se acepta porque es lo que toca, porque sabemos que gran parte de los fallecidos y de los ingresos en uci de hoy se contagiaron en esa última Navidad que tanto nos empeñamos en salvar. Lo acepto porque no creo que lo que tengamos que socorrer sea la Navidad, la Semana Santa o las Fallas, sino a las personas. A las personas, sí, esos votantes ingratos que, a veces olvidan que se tomaron medidas para que vivieran, a ser posible con libertad.

Mientras las cifras parecen encaminarse tímidamente hacia la baja, tiemblo por esos que exigen una desescalada rápida y radical. Imagino a la señora Díaz proclamando un dos de mayo desde Móstoles, invitando a la Europa reprimida y timorata a imitar al gran Pepe Botella, visitando y dejándose sus euros en la villa, porque en eso parece consistir su idea de libertad.