«Madrid…, Madrid…, Madrid…», dice el chotis castizo. De Madrid al cielo , es la expresión de todas las bondades y grandezas de la capital de España. Pongamos que hablo de Madrid, canta Sabina. «No pasarán» es la célebre frase de los republicanos resistiendo el embate de los sublevados franquistas ante la toma de Madrid. Y así podría seguir hasta agotar el arranque de este artículo que me sale del corazón y de las tripas.

Madrid acababa de salir del confinamiento más largo del país y ahora vuelve a confinarse perimetralmente, circularmente, por barrios, zonas o como ustedes prefieran llamarlo. Y resulta que los propios madrileños, con la jefa que les ha caído, ya no saben a qué atenerse ante tanta contradicción. Si esto fuera Francia (con su sistema centralista coherente) y pongamos que la alcaldesa de París en lugar de ser Anne Hidalgo (gaditana de nacimiento) fuera Isabel Díaz Ayuso, el presidente Macron se la hubiera cargado sin pensarlo dos veces. No se puede permitir que quien rige los destinos de Madrid esté en manos de una perfecta inútil. Una mujer que no sabe ni puede gestionar la pandemia que nos persigue. Y que ha demostrado hasta el hartazgo que el cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid le viene grande.

Primero se quejaba de las órdenes emanadas desde el Gobierno de Pedro Sánchez (estado de alarma nacional) porque quería gobernar su comunidad. Luego, cuando tuvo mando en plaza y el virus alcanzaba unos picos escalofriantes entre la población, se lamenta de que la han dejado «sola» y pide ayuda al Gobierno. Se la dan. Pero resulta que no le gusta ni hace caso a los consejos de los expertos sanitarios. A su alrededor dimiten cargos de confianza porque ya no soportan la vergüenza de trabajar para ella. Y ahí sigue, enrocada en Sol.

Madrid no se merece tener una presidenta que ya marcaba estilo en marzo con el confinamiento nacional. Su primer paso fue hablar con un empresario de postín para ocupar un ático de lujo con terraza espectacular y servicio completo para respirar el aire puro y limpio (en esas alturas) de la capital. Allí pretendía pasar el encierro sin peligro de contagiarse, mientras los madrileños se ahogaban con las mascarillas cogiendo el metro abarrotado. Solo ese detalle, ese contraste, resulta impúdico. Obsceno e intolerable.

Pues bien, ahora, la ocupante de Sol se empeña en la defensa de la economía, de la hostelería, de los bares y se manifiesta en contra del confinamiento puro y duro para bajar los índices dramáticos de contagios en Madrid. Una de dos: o es tonta o se lo hace. No se ha enterado todavía -por poner un ejemplo- de que las comidas familiares «dan miedo, son las tormentas perfectas desde el punto de vista de una infección. Se juntan diferentes núcleos de convivencia, se celebran en espacios cerrados y escasamente ventilados, se habla en voz alta y se quitan las mascarillas. Una combinación que provoca el contagio masivo», según indican los especialistas en enfermedades infecciosas.

¡Madrid me mata! .