El presidente venezolano, Nicolás Maduro, afirma haber descubierto, si no la vacuna, sí un eficaz antídoto contra el coronavirus.

No se trata de ningún sofisticado, nuevo o revolucionario medicamento, sino de un ancestral y casero remedio. Un zumico, simplemente, cuya fórmula natural, a base de malhojillo, pimienta negra, saúco, limones amarillos y miel de abeja ha tenido a bien difundir Maduro, a fin de que todo el mundo pueda preparárselo en casa. Cilia, su esposa, la primera dama venezolana, ha dado ejemplo y ya lleva exprimidas varias botellas del mágico remedio, que su marido y ella van tomando en el palacio de Miraflores, su casa del poder en Caracas, a razón de tres vasicos diarios: desayuno, comida y cena.

La receta de este providencial bebedizo contra el letal virus no se la ha facilitado a Maduro ninguno de los médicos chinos que han analizado el comportamiento del covid-19 ni esos científicos alemanes que parecen estar a punto de descubrir la vacuna, sino el doctor (por tal se hace pasar) Sirio Quiroga, a quien el presidente venezolano venera al punto de retuitear sus fórmulas magistrales y presentarlo como «un gran científico».

No es tal, desde luego, sino un pícaro o farsante, un lunático sin la carrera de Medicina, ni ninguna otra, que ya le comió el coco a Hugo Chávez asegurándole que su cáncer le había sido inoculado por agentes de la CIA.

Según este espurio doctor Quiroga, el coronavirus ha sido también específicamente diseñado por las potencias imperialistas (léase: Estados Unidos) «a fin de atacar determinados órganos del cuerpo humano de las razas chinas y etnias latinoamericanas». Su creación como arma bioterrorista procedería «de una cepa de larvas del VIH-sida cruzadas con larvas de helmintos de fasciola hepática, habiéndose agregado al resultante parásito segmentos de ADN humano de crecimiento embrionario cultivados en laboratorio con líquido amniótico de mujeres embarazadas».

Nadie en su sano juicio, y mucho menos la comunidad médica, da el menor crédito a los disparates de este chamán palaciego, nadie… salvo Nicolás Maduro y señora.

Pobre Venezuela...