Estaba firmando cómics en el Splash de Puerto de Sagunto cuando una mujer me pidió que le dedicara un tebeo a su hija Magnolia. Para Magnolia, escribí, y se me ocurrió decir «se llama como mi película favorita». «Es la mía también», asintió la mujer, y se dio la vuelta y me mostró el tatuaje que llevaba en la espalda: la flor del cartel de la película. Y nos lanzamos a hablar de la obra cumbre de Paul Thomas Anderson, claro.

La habré visto infinidad de veces, y siempre me emociona sobremanera. Es una obra maestra apabullante (dura tres horas y se pasa en un suspiro, gracias a un montaje y un ritmo endiablado que no decae en ningún momento). Tiene uno de los mejores prólogos de la historia del cine, y es una obra tocada por la magia, con escenas inolvidables como la lluvia de ranas (o esa sonrisa del plano final). Con interpretaciones fantásticas de Julianne Moore, Tom Cruise (en el papel de su vida), John C. Reilly, William H. Macy o Philip Seymour Hoffman. Con una envolvente banda sonora de Jon Brion y unas canciones maravillosas de Aimee Mann (el momento en el que todos los actores cantan Wise Up es tremendo).

Cuando la vi por primera vez en el cine, hace ya veinte años, sentí que era la película perfecta, la que me hubiera encantado escribir a mí. Sentí una afinidad inmensa con su director y guionista, me sentí hermanado con él. Y encontré la explicación: el director y yo tenemos los mismos años; es más, Paul Thomas Anderson y yo hemos nacido en el mismo día. Una casualidad digna de las que aparecen en la propia película.

*Escritor y cuentacuentos