El pasado fin de semana conversaba con la periodista Cristina Fallarás sobre la desconfianza que generan en los ciudadanos las instituciones públicas, y privadas. Sobre cómo se nos ha venido abajo el sistema; el pacto social, señalaba ella. Unos ciudadanos, que no pueden ejercer como tales la mayoría de las veces, asfixiados en el día a día, precarizados y obligados, por lo tanto, a invertir su escaso tiempo en buscar modos de subsistencia.

Ciudadanos que básicamente se ocupan de sobrevivir. Trabajadores que seguimos creyendo en el ascenso social; en recomponernos como clase media consumidora. Ser como esos miles que el Telediario anuncia impúdicamente que ocupan el noventa por cien de las plazas hoteleras en Semana Santa, puentes y de más.

Ser ese pueblo español variopinto y feliz que transita, de la fiesta del tomate en el pueblo de Villarriba a la fiesta del caracol de monte en Villabajo. Formar parte de esas costumbres tan nuestras, de esos rituales tan alegres que se despliegan de norte a sur, de esa singular geopolítica que construye el Telediario.

Pero lo cierto es que tras el maltrato e inoperancia de políticos, banqueros, jueces, abogados y medios de comunicación, algo se ha roto. Muchos ciudadanos no es que desconfíen, es que directamente desprecian el sistema que supuestamente les tenía que cubrir al menos la necesidad de techo y trabajo. Un sistema con unos políticos que parecen cómodos instalados en el discurso de la crisis, «saliendo de la crisis», como un ente estructural, que les sigue dando patente de corso para ajustarnos la bolilla. Y en estos últimos tiempos, remata Fallarás, hay que añadir el enorme cuestionamiento del poder judicial que estamos viviendo.

Fallarás, aguda y desencantada, habla de la construcción de relatos, del armazón de discursos que justifican todo, pero olvidan el relato común del pacto social que se había construido. Un cambio que afecta a nuestra manera de entender la política, pero que termina por romper nuestra construcción política.

La periodista aragonesa establece una continuidad entre Franco y Rajoy. Percibe en el presidente ese funcionamiento franquista no agresivo. Una construcción discursiva sobre la figura de Rajoy similar a la de Franco. Pero esta vez, señala, con la connivencia y participación de los medios de información supuestamente de izquierdas.

«La construcción de Rajoy como tonto» forma parte de la construcción de un relato no agresivo que es la misma construcción que se hizo con Franco. Pero Mariano Rajoy es un personaje siniestro como lo fue Franco por el perfil bajísimo de ambos, en teoría. Se puede estructurar un relato de ellos desde la burla en lugar de desde el mal. El relato que podemos hacer de Franco no lo podríamos hacer de Pinochet o de Videla. Y el relato que hacemos con Rajoy no lo podemos hacer ni con Felipe González con su cal viva. Es bestial.

Y volvemos a caer en la misma trampa.