El Guadiana y El Ebro van a tener en común los oscuros, esa intermitencia visual que los mantiene vivos en la paradoja verbal, o mediática. Porque, aunque el trasvase es ya cosa del pasado, prosa ilegal, convoluto al desnudo, su actualidad no ceja. Allá abajo, por Murcia, ya se ocupan de que así sea. De que no se olvide. De que Rajoy tenga siempre presente esta asignatura pendiente del Caudillo, acaudillada por Aznar.

Los regantes murcianos, cuyas jerarquías y consignas recuerdan al sindicato vertical, han vuelto a salir en manifa para exigir el agua que según ellos se les adeuda.

No lo han hecho solos, claro está. Junto a su bandera se erguía la pimentonera autoridad del oligarca autonómico, Ramón Luis Valcárcel, el amigo de Aragón. Y, entre todos, como un solo hombre, amén de reclamar la tubería, han acusado a los dirigentes catalanes y aragoneses de actuar "con maldad", torticera e insolidariamente.

Teniendo en cuenta que todos estos cruzados del PP son meritorios cristianos, la acepción del término "maldad" adquiere en su boca un matiz más allá de su coloquial sintonía.

Esa maldad, así contextualizada, excedería con mucho a un tono dicharachero, para inscribirse en un contenido espiritual, ortodoxo, bíblico, casi, legándonos un perfume azufrado y la interesada promesa de una eterna condenación. Maragall e Iglesias, desde esa óptica, encarnarían a personajes malvados, entregados a los conjuros de Asmodeo, y desterrados del murciano paraíso por su propia e ilegítima soberbia. Diablos conspicuos, separatistas, antiespañoles, insolidarios, con ideología bolchevique y esa agnóstica altanería de los rebeldes a Dios. Enemigos, en una palabra, del PP, de Murcia y de España.

La maldad... Hacía mucho tiempo que no se utilizaba, en política, este término conceptual, netamente religioso, pero tengo la impresión de que, a medida que a sus usuarios se les vayan estragando los argumentos de razón, va a ponerse de moda. Pues actuales son, también, por parte de sus fieles, las sutiles apelaciones a un supuesto e injusto martirio padecido por Aznar.

No contaría, para estos fanáticos suyos, el tormento de autoridad a que este personaje nos ha intentando restringir, ni la lamentable imagen que de nuestro país va ofreciendo en la gira de su libelo.

Para la ortodoxia conservadora, Aznar encarnaría la virtud, la justicia, el bien , mientras que Zapatero, Maragall, Iglesias y el resto de descreídos sociatas estarían haciendo apología de la nueva era del mal hasta en sus hidráulicos opúsculos. El mal derrotó al bien el 14-M, pero fue por asechanza del Maligno, por inducción o trampa, de la misma manera que el Frente Popular venció con subterfugios en la II República. El restablecimiento del orden no podrá serlo, administrativamente, hasta dentro de cuatro años, pero urge asegurar esa victoria, restaurar el mancillado honor, la perdida dignidad, el derogado trasvase, la rendida guerra contra el Islam, el cuestionado prestigio de la gigantesca figura histórica de José María Aznar. Urge convocar a las fuerzas del bien, alistarlas en una sola dirección, y reconquistar España.

Así es la secta.

*Escritor y periodista