Maldita cuaresma de humo, sangre y luto, no hay manera ni ganas de quitárselos de encima. Siguen los funerales por nuestros muertos, sigue la pena interminable y el olor a muerte que se cuela entre la primavera temprana y el invierno tardío. Y, como si no tuviéramos bastante, llegan de lejos los trozos de ese loco asesino inválido descuartizado a misilazos, y las voces insoportables del genocida judío, y otras voces que avisan más venganza y más muerte. Voces ominosas que chocan con la voz de Aznar, que insiste en que el mundo es un lugar más seguro, un lugar mejor desde que Bush, Blair y él se fueron a cazar a Sadam. Tendríamos que volvernos todos locos para tomarlos en serio, y a lo mejor ya estamos en ello.

Pero aún nos resistimos a enloquecer. Entre muerto y muerto, hemos votado por la paz. El voto del miedo, dicen los miedosos, pero hace falta mucho más valor para abrir la puerta que para cerrarla porque, en horas de miedo, los cobardes se refugian en brazos de quien alardea de fuerza y pone gesto adusto. Hemos echado de casa a la señorita Rottenmeier y hemos contratado a Mary Poppins, lo que significa que creemos en la capacidad de las palabras para cambiar la realidad. Supercalifragilísticoespialidoso, mágica palabra. Y libertad, y guerra no, y estamos hartos de embusteros. A soñar y a votar, dijo Zapatero en la Plaza de Toros. Hemos soñado, hemos votado, y eso nos permite adivinar una esperanza entre tanto dolor.

Que no nos fallen.

*Periodista