A punto de comenzar el curso escolar, acabo de leer una noticia que, por desgracia, no me sorprende en absoluto. Ha ocurrido en Argentina, pero podría pasar aquí. Varias madres de un colegio celebraron en el grupo de whatsapp comunitario que gracias a su presión, habían conseguido que a un niño con Aspergen lo cambiaran de clase y lo alejaran de sus hijos. Todo eran emoticonos de palmaditas, arcoiris y botellas de champán. «Oh, por fin ese niño raro ya no está en clase con nuestros niños normales», venían a decir. El hecho se ha convertido en viral y la gente se lleva las manos a la cabeza. Hombre, como si fuera algo nuevo. Como madre he conocido esa dinámica de grupo en la que los papás de niños guays, los líderes de opinión de patio de colegio, conducían a los que eran más borregos por el camino que querían. En clase es difícil resistirse a participar en el acoso escolar a otros; mejor ellos que yo, piensan muchos niños. Y a ciertas edades, cuando todavía no tienen conciencia de lo que están haciendo, no hay que culparlos por ello, sino educarlos mejor. Cosa harto difícil si los progenitores, hoy en día a través de los grupos de whatsapp (pero repito, esta dinámica es ya muy vieja), les transmiten a los niños unos comportamientos de alimaña traicionera.

Comienza el curso, insisto, y los estereotipos volverán a repetirse: el líder de pacotilla, el que sigue la corriente, el que no quiere saber nada de malos rollos… y los papás del niño sufridor. Así que sólo puedo decir: ojo con lo que transmitimos a nuestros hijos.

*Periodista