A veces, al leer las noticias, de un tiempo a esta parte, estoy tentada de pensar que en realidad no son información sino ficción, parte de un guión de cine que por momentos me parece una película de terror, por momentos un drama... menos veces me ha recordado a la comedia, hurtado el sentido de la risa y la sonrisa a base de tanta corrupción, corruptela e irregularidad dada la contumaz presencia de lo que, en lenguaje castizo toda la vida, se ha conocido como «jeta». Una película que podría titularse Másteres, tesis y cintas de audio. No, lo sé, no es un bonito título pero qué quieren, tampoco lo es lo que hay detrás. Me viene a la cabeza aquella famosa expresión del despotismo ilustrado tomada (para variar) de los franceses: «todo por el pueblo, para el pueblo pero sin el pueblo».

A la vista y al oído de tantos títulos cuando menos sospechosos y de tantos audios como mínimo bochornosos tal vez habría que ir pensando en versionarla para adaptarla a la realidad. Lo primero sería dar nombre a los responsables de la misma, aquéllos déspotas ilustrados, estos, según resulta, mucho menos ilustres y en absoluto ilustrados. En cuanto a lo de déspotas, quizás no, quizás se adecuaría más el título de demócratas a la carta y, por lo que respecta al lema, tan silenciado como vivido, podría ser algo así como: «todo por mí, para mí, gracias a que te engaño a ti». Hay que reconocerlo, ¡qué maestros de la malicia! La picaresca de nuestro siglo de oro palidece ante tanta destreza a la hora de conseguir propósitos no solo ilegales sino también inmorales amén de egoístas. ¡Qué bisoños aquellos del barroco que se creían malvados pícaros! No han conocido ni estos tiempos ni, desde luego, a algunos de sus representantes. Si así hubiera sido... ¡qué buenos alumnos para tan excelsos profesores! Y digo yo: ¿a quién le pedimos cuentas los estudiantes y profesores de cierta universidad y tantos otros de tantas otras universidades españolas que, sin mancha, ven como su trabajo, honorabilidad y prestigio sufren embestidas día a día. Por si fuera poco no es menos grave la aparición de audios que destapan el pestilente ambiente de que destila en ciertas reuniones de la Corte sostenidos por los que se supone que son parte de lo mejor de nuestra sociedad: una fiscal, después ministra, por ejemplo, que para colmo es homófoba además, por supuesto, de mal educada, aunque eso sí no mucho peor educada que el resto de los comensales de tan elevada mesa.

No me queda más remedio que negar la mayor: no, ni aquellos de los títulos ni estos de la mesa son lo mejor de nuestra sociedad. Debieran serlo, sí, desde luego. Su conducta, sus palabras y silencios debieran ser ejemplares, pero lejos de ello parecen personajes de una película poco edificante y nada divertida, un drama de terror si existiese el género. Pese a todo, pese a ellos, el nuestro es un país de maravillas, no me cabe duda. Creo, con sinceridad, que somos más y mejores los que con nuestro trabajo diario cercamos y cercenamos los intentos de hacer de nuestro país un lugar de segunda. Lo reconozco, no nos lo ponen precisamente fácil porque ellos disponen de un poder del que nosotros, ciudadanos de a pie, carecemos. Sin embargo visto lo visto, qué bien estar así, en el preocupado anonimato de los que ven como Malicia vive en el país de las maravillas pero haciendo cuanto está en su mano porque deje de sentirse bienvenida en nuestra tierra y decida abandonarla y es que casi todos estamos deseando quedarnos libres de Malicia. H *Filosofía del Derecho. Universidad de Zaragoza