Las noches sin ti las cubrimos de canciones desgarradoras, de melodías pletóricas de abandonos y soledades desembocadas en la almohada de los perdedores. Se presta la música sin derechos de autor a la herida del enamorado esquinado, ebrio de sus propias lágrimas, eufórico frente al imaginario de los suicidios. Nada es más simétrico que un corazón roto transportado por una canción escrita para el naufragio. Nada se repite más en la partitura de los sentimientos que esa lluvia de estrellas apagadas eligiendo la letra adecuada para meterla en una botella y lanzarla al universo púrpura del pasado. Para que seccione violenta las venas del recuerdo, para que percuta cuál bala de cianuro en la sien de la melancolía. Para, estúpidos, enviársela por la noche al vacío que creemos observador aún de nosotros. Una tras otras relatan hermosas derrotas con las que identificarse. Entonces nos atrapa el sueño con el vinilo todavía girando entre surcos de sangre. Ningún buen poeta duerme mientras respire un verso en su funeral. Somos mala gente. Hiciste bien en irte porque nunca hubiéramos dado la vida por ti.