Malvinas españolas, Gibraltar argentino. Algo parecido creo recordar que gritábamos cuando, en plena efervescencia de los pujantes movimientos estudiantiles compostelanos, en los comienzos de los años 80, a algunos frívolos de entonces nos pareció que sobraba rollo y faltaba apoyo, que para dar el coñazo con cara entre el funeral y la diarrea ya teníamos todos padres y que la única defensa efectiva contra los redentores es el sentido del humor.

El horror de la infamia pinochetista salía a luz, empujado por el espanto aún más atroz de los triunviratos militares argentinos, bajo la cobertura intelectual del Fondo Monetario Internacional y demás sacerdotes del pensamiento económicamente correcto, quienes admitían los muertos con la caja registradora pequeña, mientras con la grande proclamaban como nada mejor ni más eficiente que un buen dictador para combatir la inflación y restaurar la confianza de los mercados.

Margaret Thatcher, esa mujer tan brillante y tan equivocada, iba colocando el minucioso sistema de bombas de relojería que Tory Blair ha detonado con esa frialdad tan suya, llevándose por delante uno de esos escasos logros del ser humano que te reconcilia con un género tan rebajado: el Welfare State británico. Pero eso no fue lo peor. Lo más terrible fue esta proliferación por todo el globo terráqueo de furibundas sectas thatcherianas empeñadas en desmontar en sus países un Estado del bienestar que nunca había existido; España por ejemplo.

Aquí, por cierto, se andaba a lo suyo. A lo que pintaron Velázquez, Goya y Picasso, a eso mismo que cruelmente relataron Quevedo, Larra y Fernández Flórez: a ver quién la tenía más grande y más tonta y más cazurra.

El aznarismo no era todavía una fe, pero ese espíritu uno, grande y libre que tantos fieles ha congregado últimamente, entonces reunía legiones que daba gloria verlas desfilar por los campus, por las calles y los bares de copas; que la derecha española hay dos cosas que jamás ha perdonado: la farra del sábado y la misa del domingo.

GILIPOLLECESoímos muchas aquellos días relacionando la guerra de las Malvinas y el culebrón del Peñón. Casi tantas como hemos escuchado estos días con el esperpento de la visita de ese ministro con nombre de insecticida. Es delicado decidir qué da más risa. Si ver a la derecha española acusando de paleta y falta de mundo a la izquierda; ella que aún piensa que el imperio del mal empieza en Perpiñán. O ver a la izquierda española envuelta en la bandera roja y gualda en plan Agustina de Aragón, dispuesta a encadenarse a los barrotes de la verja antes de que Jaime Mayor Oreja salga a largarnos el responso patriótico de las once.

Servidor, como es nacionalista y con cierta tendencia manifiesta al soberanismo, no deja de asombrarse ante tanto ciudadano del mundo dispuesto a embrear al primer inglés que se le ponga a tiro de caldero: sea turista, ministro o atleta olímpico rumbo a Atenas. Qué atraso, qué poco europeo y qué premoderno resulta todo esto. Con la cantidad de cosas relevantes y entretenidas que pasan por el mundo y dan para hablar y no parar.

En EEUU, donde sólo para mantener una mínima ventaja electoral, el presidente mentiroso George Bush acaba de poner patas arriba la Costa Este basándose en informes previos al 11-S. En nuestro bendito Gobierno, donde el ministro Jesús Caldera acaba de posponer al 2007 aquellos 100 euros que tanta prisa se dio en anunciar a las madres y votantes, donde la ministra Cristina Narbona se queda tan ancha luego de inculpar a los viticultores de incinerar las provincias del Lugo y Orense. En Ceuta y Melilla, que ni son anacronismos coloniales ni a los marroquís les sienta mal que vayan los ministros de Madrid a inaugurar, pero donde centenares de sin papeles se hacinan en los barracones de la miseria. En España, sin ir más lejos, donde otra mujer acaba de morir a manos del cabrón de su marido, pero no se preocupen que ningún juez se peleará con otro por quedarse con la instrucción de su causa.

PARA TERMINAR,un ruego, si vamos a seguir teniendo que soportar mucho tiempo más este remix cutre del Gibraltareña, por favor, que asuma ya el mando quien esté de guardia en el departamento de márketing en la Moncloa, a ver si al menos sacamos algo en plata y saneamos las cuentas públicas y las de TVE haciendo caja vendiendo banderitas españolas, bailarinas y toritos bravos a las puertas de ese pedazo de tierra patria en manos de la pérfida Albión. Démosle la razón de nuevo a Goethe: contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano.

*Profesor de Ciencias Políticas de la

Universidad de Santiago de Compostela.