El tres de agosto, un joven de veinte años moría en el hospital de Calatayud por una sepsis meningocócica , según el informe médico. Sería un informe más si no fuera porque la madre del joven, Teresa, ha denunciado falta de asistencia por parte del hospital, que dio prioridad a un paciente afectado por una tendinitis mientras su hijo se moría abrasado por la fiebre: "Mamá, que me pasen, no puedo más", fueron sus últimas palabras.

Escribe el doctor Guerrero Fernández, del hospital La Paz de Madrid, que lo que realmente asusta a los médicos es la llamada sepsis meningocócica , una enfermedad generalizada que invade la sangre, la envenena, y puede producir una muerte fulminante en cuestión de pocas horas. Esta enfermedad que aterra a los médicos es traicionera pero no invisible, porque se anuncia en forma de catarro, fiebre muy alta y unas manchas de color violáceo que auguran un final terrible. En el hospital de Calatayud, sin embargo, nadie vio las manchas del joven Julián Lafuente antes de que su madre lo colara en Urgencias tras dar una patada a la puerta reclamando atención para el hijo agonizante.

La burocracia, la que mide la vida y la muerte en fracción de horas, dice que sí, que se cumplió el protocolo. Pero el dolor de esa madre que vio cómo su hijo se le moría sin nada que calmara su asfixia y su dolor, dice que Julián no tuvo la atención que un ser humano necesita para irse al otro mundo con una sensación más serena. Ya puede exprimir el Salud la literatura médica. Las cosas son como son y no como la oficialidad se empeña en que sean.