Cuando, antes del verano, los chicos de Chunta hablaban de hacer dos altos y emblemáticos edificios en La Romareda, a fin de contribuir a enjugar un tanto la gravosa operación de reformar el estadio, uno pensaba, ingenuamente, que tal diseño o ñapa sería menos mala, por ejemplo, que aquel otro baturro Manhattan que pretendía levantar Antonio Suárez.

Habida cuenta del demostrado fervor, frente a los altares del medio ambiente, del otro Antonio, Gaspar, concejal de Urbanismo de Zaragoza --o de Arquitectura, como lo llama Domingo Buesa en la última edición de El Aragonés -- pensaba que dichas edificaciones serían armónicas, discretas, estéticas, que enriquecerían la zona residencial donde pretendían levantarse... Pero ahora que se ha desvelado que la mayor de esas torres, el rascacielos principal, la piruleta de Toño, se alzará a una altura de ¡ciento cincuenta metros! sobre las cabezas de los mortales contribuyentes, la duda salta sola, y sobrecoge.

El pirulí, por lo que dicen, será más alto que la mitad del Empire State Building, y su monstruosa sombra abatirá el rumor de su colmena sobre el Hospital Miguel Servet, cuyos residentes bastante tienen ya con convivir con los espectáculos deportivos y el denso tráfico rodado. ¿Quién construirá las oficinas y pisos de ese presuntuoso rascha cielos? ¿A cuánto, una vez rematado el inevitable proceso especulativo, saldrá el metro cuadrado? ¿Quién querrá vivir a vista de pájaro, experimentando la sacudida del cierzo y el temor a una catástrofe, cuyo único consuelo sería la proximidad del servicio de Urgencias? ¿Dónde aparcará esa gente, y sus clientes? ¿En qué lugar se esconde el contenido social de este proyecto público?

Hay, habrá más: otro coloso. El segundo pirulo de Gaspar será más pequeño, pero más gordo, por lo que ocupará todavía más espacio en planta. Todo está, como es habitual en el Ayuntamiento, manga por hombro, en el aire, pergeñado a vuela pluma en la Loca Academia de Dibujo, pero el concejal parece empeñado en sacar adelante su Mancha ttan particular, en cortarle la cinta a esos colosos de acero y hormigón que vendrán a simbolizar la nueva política urbanística del partido de Labordeta, que --cosas del progreso-- ha pasado de cavar trincheras a levantar rascacielos.

Considerando que a todo edil se le paga por pensar, que de algún sitio habrá que sacar el parné para resucitar el estadio de fútbol, y que ni ZP ni Marcelino Iglesias, ni Soláns, parecen dispuestos a poner un euro en una restauración no compartida, a nadie parece habérsele ocurrido algo tan simple como la posibilidad de levantar el pirulí en otro sitio. En cualquiera de las numerosas parcelas que el Ayuntamiento zaragozano, dueño aún de enormes pastillas de suelo público, posee repartidas por su amplio y privilegiado término municipal, el más fecundo de España. Un pirulí alejado de La Romareda, en Pla-Za, en Ranillas, en Valdespartera, eludiría conflictos y acaso contribuyera más efectivamente a desarrollar polos de colonización urbana.

Es una idea. Como las de Gaspar.

*Escritor y periodista