Lo más lacerante de la sentencia de La manada fue la interpretación que hicieron los jueces de su propio relato. Mientras muchos ciudadanos leíamos la descripción de unas agresiones insoportables que solo respondían a la palabra violación, los jueces no veían violencia suficiente para denominarlas así. Solo una justicia sesgada por la mirada patriarcal puede exigir a la víctima que ponga en riesgo su vida para poder probar que no medió voluntad en el acto. En cualquier caso, el proceso legal no acaba aquí. Hay vías para recurrir la sentencia y el empuje social para exigir otra mirada a la justicia. Que sea más centrada en la víctima y sin el sesgo patriarcal.

Pero, más allá de la sentencia del tribunal de Navarra y las definiciones, hay algo preocupante en el debate generado todos estos días. Especialmente si es usado por la derecha para llevar la cuestión al terreno político de la seguridad, proponer endurecimientos en el código penal y acabar recortando los derechos. La ley mordaza que calla a raperos, titiriteros y artistas de todo tipo es un buen ejemplo de esa deriva autoritaria.

Empezamos mezclando miedo y seguridad, seguimos poniendo en duda la capacidad rehabilitadora de la reclusión y acabamos instaurando la pena de muerte. Sería una gran contradicción que se manipulara la indignación, la tristeza y el temor para abogar por una justicia más severa en el recorte de derechos, más ciega en su respeto. Al fin, más patriarcal.

*Escritora y periodista