De verdad, yo quería escribir una columna de humor, pero con tanto sudor no me sale. Estamos en plena ola de calor, pero mira tú, ese el menor de nuestros problemas. Al fin y al cabo, ya estamos en agosto, es comprensible que la climatología vaya a su aire (caliente, en este caso). Lo que no es normal son los rebrotes que nos están arruinando la existencia. Este virus no descansa ni en verano, qué pena más grande, por favor. Con la fase 2 flexibilizada no duramos mucho; y se veía venir, no estamos muy flexibles últimamente; en mi caso, por ejemplo, tanto la cintura como la mente las tengo bastante embotadas. Ahora ya nos encontramos en la fase 2 rígida, con recomendaciones de no movernos mucho a ser posible. El que sí que campa a sus anchas es el miedo, implacablemente: la hostelería y el turismo se resienten de manera terrible, se cancelan actuaciones culturales (aunque sean completamente seguras), y nos dejan más tocados si cabe. ¿Podemos ir a peor? Me temo que sí. La amenaza de un nuevo confinamiento, como la espada de Damocles , pende sobre nuestras cabezas. De momento, sudamos la gota gorda doblemente: por el calor y por la situación agónica en la que nos encontramos. Hay que luchar, hay que resistir a la aragonesa, no nos queda otra. Estamos a la espera, como el Real Zaragoza, sin saber si vamos a tener play-offs o no. Si nos hundiremos del todo o si tendremos algún atisbo de esperanza. La realidad futbolística es un esperpento, pero casa a la perfección con la realidad distópica en la que estamos envueltos. En el fondo, el Real Zaragoza es un ejemplo paradigmático de lo que le ha sucedido a mucha gente con la pandemia. Ha perdido su racha, su buen momento, y ha caído en un torbellino desastroso sin igual. Todos necesitamos una promoción que nos redima.