En su autobiografía, el gran escritor francés André Gide contaba que fue un niño solitario y esquivo, pegado a las faldas de su madre, prácticamente sin comunicación con el mundo exterior y sin amigos de su edad. Tan intensa y prolongada llegó a ser su soledad, que su madre, apiadada y preocupada a la vez, decidió inventarle un colega, el amiguito Pierre. Que no existía, naturalmente, pero en el que el niño André llegó a creer de tal manera que, después de comer, pedía permiso a sus padres para ir a jugar con su amiguito Pierre...

Mariano Rajoy, en sus soledades políticas, ha encontrado en su nuevo amigo de viaje constitucional, Pedro Sánchez, un compañero de juegos bastante más serio que Carles Puigdemont, cuyos jueguecitos cada vez gustan menos en el palacio de La Moncloa, donde el Manso afila los cuernos, y ojo pues a su embestida. Rajoy, en su nueva pandilla, cuenta también con el amiguito Albert, cuya firme oposición a la manada de cabestros que campanean en el Parlament le sitúa con buenas expectativas de convocarse elecciones en Cataluña, como parece que pronto ocurrirá. Rivera, Arrimadas y Ciudadanos representan mejor ante la opinión la resistencia contra los fanáticos independentistas que un Xavier García Albiol, el impopular popular, negado para la lidia oratoria.

Un poco más arropado con los amiguitos Pedro y Albert, Mariano advierte a las otras pandillas de niños traviesos que nadie romperá ni cambiará las reglas del juego. Los otros niños, los malos, con el amiguito Carles a la cabeza, y el amiguito Oriol y las amiguitas Carme y Anna tirando las piedras y escondiendo las manos, quieren dejar de ser cacos para convertirse en polis y jugar a los tanques y a los aviones, a las fronteras, a las guerras y conquistas, y arrasar al Manso con un encierro de verracos cimarrones y resabiadas vaquillas. Pero ojo, porque como pasa a veces en los patios de recreo, cuando los enconamientos entre pandillas y grupos llegan a mayores, a veces tales juegos y lides, acosos y desdenes acaban, más que en un reparto de coscorrones, en serias peleas, con heridas difíciles de cicatrizar y olvidar.

Ojalá nuestros entrañables y políticos infantes aprendan a convivir juntos en un colegio de educación bilingüe donde las asignaturas elementales, como la lengua, la geografía o la historia les enseñen materias comunes, en lugar de motivos para aborrecerse.