«Recuerda que morirás». Es la frase que susurraba un esclavo al oído de los generales que, victoriosos y enardecidos, desfilaban por Roma tras un gran triunfo. Otra versión cambiaba la frase por la sentencia: «Recuerda que eres un hombre». No fuera a ser que la tentación de la gloria recibida del pueblo, le hiciera pensar al protagonista del homenaje que era divino. Los tiempos evolucionan. Las frases también. Pero el sentido de lo que escuchamos en la celebración de las victorias electorales es la misma. Lo gritaron en 2004 al ganador Zapatero. «No nos falles», fue el lema escogido por los fieles que lo jaleaban. Pero los dioses del olimpo europeo fueron las sirenas de Ulises, que el líder socialista prefirió atender, y de su mano falló y encalló ante los acantilados de la crisis. La frase de la pasada jornada electoral fue: «con Rivera, no». No sé ustedes. Yo escucho lo mismo. Exactamente lo que escuchaba César y lo que desatendió Rodríguez Zapatero. Es lo que sustentan esas tres palabras que tanto dicen y advierten. Son más una llamada de atención al victorioso Sánchez que un desplante al candidato de Ciudadanos. Cierto que don Albert, con su elogio del silencio, inauguró un nuevo género electoral, la parapsicología política. Pero en la psicofonía que escuchamos el domingo se manifestó con mucha más fuerza el pacífico espíritu de la izquierda que, esta vez, fue la auténtica mayoría silenciosa. Por el momento pueden estar tranquilos quienes advertían de posibles devaneos divinos al presidente. El buen resultado de la formación naranja es la mejor garantía de que no querrá, ni podrá romper (otra vez), su palabra de no pactar con Sánchez, gracias a su «veto útil». A su zarpazo conservador todavía le falta rematar la bancada popular hasta el pasillo del Congreso. Ahora es el momento de gestionar la inversión de diálogo y política que llevan implícitas las papeletas más repetidas en las urnas. Son, todos y cada uno de ellos, votos conscientes y, sobre todo, consistentes. No son votos prestados. Y si lo son, lo son todos. Los votos son de los ciudadanos. No de los partidos. Es algo más que un matiz. En función de cómo percibamos los costes y beneficios de cada voto repetiremos la inversión, cambiaremos de negocio o nos saldremos del mercado. Es algo que ha pasado habitualmente y que ha hecho ganar y perder elecciones por incomparecencia de los apoyos del competidor. Más en un país tan bipolar que se reparte, aproximadamente, a partes iguales doce millones de votos en los tramos de izquierda y derecha. Ambos muy activos y participativos. Para explicar esto, desde la psicología, hablamos de «consistencia cognitiva». Es la relación entre pensamientos, conductas, actitudes y creencias que produce motivación. La alta participación electoral es una buena muestra de esa consistencia cognitiva de tipo electoral. La reflexión ante la situación social, la creencia en la necesidad de cambio, la actitud de elegir en el sentido de esa necesidad y la conducta de ir a votar han producido una motivación democrática. La explicación es independiente de la opción elegida. Pero la evaluación percibida de la congruencia de los elegidos, tras la decisión tomada en las urnas, es lo que definirá el futuro comportamiento. De ahí la importancia de medir muy bien cada paso hasta las elecciones de fin de mes. Sánchez no debe olvidar que es humano, aunque los votos le han llevado al cielo de la Moncloa. Allí gobierna para todos apoyado sólo por una parte. Que siga gestionando el Consejo de Ministros y Ministras depende de mantener y fortalecer a los suyos sin defraudar y sin alterar en demasía al resto. El camino indicado por la ciudadanía es la izquierda, pero la fortaleza electoral se afianza sin dejar de lado el centro. Eso se llama socialdemocracia y hace mucho que se inventó. En nuestro continente yo lo vengo llamando «eurodemocracia social». El mejor antídoto contra la Europa que quiere Trump, de la mano de los nuevos fascismos populistas, sería un continente fuerte y solidario, con una política progresista común cercana a la ciudadanía más desfavorecida, parte de la cual llegó a ser «clase media» antes de la recesión. Ahora hay que conformar un nuevo gobierno en el que se sienta reflejada esa mayoría social de progreso. Y creo que debe ser un gobierno multicolor. No de partidos, pero sí de sociedad. Un ejecutivo de personas vinculadas al partido mayoritario. Pero también sería muy positiva la participación de independientes en sintonía con la pluralidad de colores que ofrecieron las urnas. Seguro que alguna de esas personas, sin carné, pueden y deben conectar, incluso de forma acordada, con la reivindicación comprensible de Unidas Podemos para estabilizar el nuevo Gobierno. Es más importante un gobierno de colaboración que de coalición. Un ejecutivo de cooperación que de competición. El electorado ha dado una nueva oportunidad a la izquierda. Ha llegado el momento de que Pedro Sánchez escriba otro libro: Manual de consistencia. <b>* Psicólogo y escritor

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