La reciente celebración, en triunfal cascada, de los congresos socialistas, se ha resuelto con abrumadoras mayorías de los barones reinantes, en su mayoría, efectivamente, varones.

Con más del 90%, casi todos ellos, de escrutinios favorables --y algunos, como Marcelino Iglesias, con el 99%-- el principal escollo de tan unánimes victorias ha consistido en desmentir que tales congresos se hayan convocado o resuelto "a la búlgara".

Resulta evidente que el PSOE, acunado por sus recientes triunfos electorales, vive sus horas más dulces. Mientras Rajoy persiste en convencernos de que es una buena persona (lo peor que se puede ser en política) y Aznar chapotea en un lagunal de rencores, Zapatero disfruta de una prensa amable, y hasta Felipe González se ha sacudido la naftalina de los baúles de la historia y recorre los platós y los estudios de radio coñeando sobre los libros de Aznar y contando anécdotas y chistes de su época de césar. El sociata medio, de a pie, sin cargo o con, o a la espera, está vengado, servido, exultante, y vota al 100% lo que ponga por delante en el orden congresual, sea Chaves, Fernández, Maragall o Rodríguez Ibarra. Lo vota todo, lo gana todo. O cree que gana.

Sin embargo, esa unanimidad en la victoria, esa felicidad universal, disciplinada y plena, ha omitido el debate, y limado, hasta asumirla en la letra pequeña de los papeles internos, la provocación intelectual, que ya no brilla, no muerde la mano que le da de comer.

Los socialistas, hoy, no confrontan puntos de vista, divergencias ideológicas, modelos de sociedad, sino el número y talante de las huestes que integran cada familia, y su protocolaria ubicación en la mesa del poder. Su botín ya no son las ideas, sino un tesoro de voluntades unidas, o uncidas, cuya potencia, supongo, debe equivaler a esa "máquina imparable", en la metáfora pre-industrial de Víctor Morlán.

No hay discusión, ni discusiones. Alguien dice que no habrá AVE a Teruel, y la luz no se hace. Alguien dice que Zaragoza no tiene por qué disponer de un Museo Goya, y esa luz tampoco se encenderá. Alguien dice que hay que votar Marcelino, o Pascual, o Rafa Simancas, y la luz verde del congreso se enciende al instante. Alguien dice que hay que mandar tropas a Afganistán, y se arma una compañía. Mañana alguien dirá que hay que arreglar lo de Bush, o ponerle la alfombra a Kerry, y a ello, sin críticas de puertas adentro, se aplicarán los edecanes de Moncloa.

La tan temida globalización está llegando también a las cocinas del PSOE, donde se sirve un menú ranchero, y para todos café. Puede que el raro, el heterodoxo, el independiente, hasta el disidente interno tenga un sitio en las infinitas comisiones y mesas, pues no en vano existe apariencia de intercambio y diálogo, pero sus tesis, al margen de la doctrina oficial, del nuevo evangelio de Pepiño Blanco, no pasarán. Así, poco a poco, la máquina imparable de la jerarquía irá urbanizando las conciencias, moderando las ideas, uniformando el pensamiento hacia la unicidad.

No otro será el principio del fin, pero por ahora el aguijón del tiempo está detenido en la flor de Zapatero, libándola al 100%.

*Escritor y periodista