Aprovechando la estela dejada por el discurso de fin de año del presidente Lambán, y que en 2018 hemos sabido que el mejor vino y el mejor vermú de España se hacen en Aragón, tal vez sea llegado el momento de empezar a hablar de algo que parece no existir todavía: la Marca Aragón.

Si a un profesional le propusieran poner en marcha un proyecto de Marca Aragón, probablemente su primera tarea sería hablar con el mayor número posible de personas, para encontrar las claves que definen nuestra tierra. Supongamos que ese hipotético consultor ha hablado ya con políticos, empresarios, periodistas, sociólogos, académicos, emprendedores de éxito, trabajadores, líderes de opinión, etc, etc; y que ha extraído algunas conclusiones preliminares, que podrían ser las siguientes:

En Aragón hay tanto talento como humildad, y tanta capacidad como modestia. Los niveles de corrupción y de conflictividad de todo tipo son comparativamente muy bajos. La relación calidad de vida/precio es excelente, estando a tiro de AVE de grandes ciudades donde el coste de una buena vida es mucho más alto.

Dando por bueno el análisis y cogiendo al vuelo una de las últimas frases del discurso de Javier Lambán, «Los aragoneses somos mucho mejores de lo que creemos», llega el momento de construir el relato, y ahí es cuando entran en juego las palabras, como soporte esencial y necesario de las ideas y los conceptos.

Necesitaremos varios verbos de trabajo que nos vayan marcando el camino. De oficio, surge ya un buen catálogo de ellos: diseñar la marca, definirla, venderla, crearla, inventarla, recuperarla, darle forma, concretarla, ponerla en valor... Pero también, y aquí necesitaremos algo más que oficio, nos hará falta un sustantivo clave, un concepto soporte sobre el que vertebrar el consenso social detectado.

Un par de horas de apasionada charla en torno a una mesa bien provista de una de las mejores cervezas de España, también hecha aquí, en Aragón, nos bastan al consultor y a quien esto escribe para comprender varias cosas: Aragón oculta un secreto. Algunas empresas han identificado ese secreto. Esas empresas, cumpliendo con su obligación, se benefician del secreto que han descubierto en Aragón y no se lo cuentan a nadie. El secreto es tan secreto que los propios aragoneses lo desconocemos.

Casi sin darnos cuenta, hemos dado con la palabra clave para empezar a cocinar el relato. Secreto, ese es el sustantivo que nos gusta y que sin embargo nos plantea grandes contradicciones. ¿Cómo vender un producto cuando en su naturaleza misma está la condición de ser secreto. Cómo vender un secreto, cómo publicitarlo, sin provocar que deje de serlo?

No hay un RH aragonés. El talento aragonés surge de la combinación acertada de varios factores: formación de calidad, valores no contaminados, honestidad casi patológica y una elevada calidad de vida que nos permite aprovechar y desarrollar al máximo los factores anteriores.

¿Qué pasa pues? ¿Por qué no tenemos más éxito que nuestros vecinos? ¿Por qué triunfa el Corredor Mediterráneo y fracasa la Travesía Central del Pirineo? ¿Por qué estamos siempre a punto de perder el control del agua del Ebro? ¿Por qué nuestros colegios y universidades no aparecen en los primeros puestos de los rankings, siendo que nuestros profesionales son de primera línea y han sido formados aquí?

Las respuestas fáciles a estas y otras muchas preguntas parecidas son que no sabemos vendernos, que no nos valoramos, que no nos queremos lo suficiente o que tenemos un cierto complejo de inferioridad que nos hace creer que lo de fuera es mejor que lo nuestro.

Algo de cierto hay en todas esas explicaciones, pero si queremos construir un buen relato, necesitamos un segundo sustantivo que matice el primero y lo haga viable. La venta de un secreto destruye su valor, es como matar a la gallina de los huevos de oro. Por eso nuestra búsqueda debe ir más allá, debemos buscar el germen que determina el valor de nuestro secreto.

Lo que otros han sabido ver en nosotros es el fruto de una semilla en cuyo código genético está descrito cómo sabemos hacer lo que hacemos. Semilla, esa es la segunda palabra de nuestro relato, el núcleo de ese secreto tan bien guardado, que a partir de ahora deberíamos empezar a creernos con mayor convicción.

Para empezar, bastará con que nos sintamos orgullosos poseedores del tesoro que otros saben reconocer en nosotros y con que creamos firmemente en el potencial y en el alcance de su valor.

Aragón, la Semilla del Secreto, el título de un relato que podría empezar a dar unos réditos a los que llevamos demasiado tiempo renunciando sin motivo.

*Escritor