Alguna vez habrá que dejar constancia (con tristeza) de que en ciertas materias nos hemos puesto a avanzar como los cangrejos, marcha atrás. En política, por ejemplo, da la impresión de que retrocedemos, y estas son fechas que a mí me resultan especialmente propicias para reflexionar sobre lo que va de ayer a hoy. O, más concretamente, lo que va del 23 de febrero de 1981 al 23 de febrero de 2019, que no son solo los 38 años… Muchos cambios ha habido desde entonces.

Aquel señalado día, el abajo firmante asistía como diputado a la aburrida (por previsible) letanía de votos cantados que debería haber terminado con la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, pocas semanas después de la dimisión de Adolfo Suárez. Las cosas se torcieron, como ya saben ustedes, y la votación quedó interrumpida abruptamente por un grupo de guardias civiles al mando de un teniente coronel que tenía un largo historial de conspiraciones golpistas.

El motivo principal entre los que alegaron Tejero y sus jefes (empezando por los generales Armada y Milans, y siguiendo por todas las ramificaciones civiles y militares) para protagonizar esa asonada cuartelera fue evitar la que consideraban inminente ruptura de la unidad de España. Según ellos, una supuesta coalición entre el nacionalismo vasco y el terrorismo etarra había puesto contra las cuerdas a un gobierno débil y propenso a traicionar a la Patria, lo que desembocaría en una rendición ante los separatistas. Y allí estaban ellos, dispuestos a impedirlo. Y, de paso, dispuestos a ponerse al mando por las bravas, como hicieron tantas otras veces.

¿NO LES SUENA DE ALGO?

Otra vez ondean las banderas al viento y se oyen las rancias proclamas sobre el peligro que corre la patria a causa del independentismo y de la debilidad de un gobierno que, según los abanderados, además de débil es reo de alta traición y no sé cuántos insultos más. Y al que es preciso desalojar como sea para salvaguardar la unidad de España. El debate empieza a parecerse tanto al de aquellos días que ya hemos vuelto a oír acusaciones sobre cambios de chaqueta como las que le caían día sí, día también, a Adolfo Suárez.

Lo mismo, y protagonizado por los mismos. Si entonces las cabezas visibles iban de uniforme, ahora son civiles; si entonces eran incultos militares, generales entre ellos, ahora son jóvenes dirigentes políticos… pero en el fondo representan lo mismo. Un necio patrioterismo -me niego a llamar patriotismo a eso- que a duras penas esconde la ambición de dominar al resto de sus compatriotas y convertirlos una vez más en súbditos. Hacer obligatoria la fe cristiana, utilizar la tauromaquia y la caza como arma arrojadiza, proscribir la homosexualidad y confinar a las mujeres en casa y con la pata quebrada es, entre otras lindezas, el discurso de esta clase política. Y, mientras la ciudadanía se asfixia, ellos vuelven a disfrutar del poder económico exclusivo y excluyente, como hicieron sus predecesores. No hay más que ver los apellidos de esta gente y seguir su árbol genealógico

Lo malo es que aquí se acaban las semejanzas. Porque, tras el 23-F, la ciudadanía respondió de manera contundente a quienes querían pisar el freno de la libertad y meter la marcha atrás, rumbo a la dictadura. Respondió, primero, en la calle y, luego, en las urnas. Tuve la ocasión de sentir personalmente el calor de los hombres y las mujeres que veían en nosotros, los diputados y diputadas que padecimos aquel secuestro, a sus legítimos representantes. Y, aunque tal vez no sea la única causa, no es difícil afirmar que fue esa magnífica respuesta la que vacunó a España contra el populismo ultra durante más de tres décadas. La que mandó a la extrema derecha al desván de la política, contra lo que sucedía en otros países europeos.

Ahora ocurre exactamente lo opuesto. Y no solo es que las encuestas nos alerten acerca de su fuerte crecimiento entre las preferencias de los votantes: es que han sido las urnas (no las encuestas) las que han demostrado en Andalucía que eso es ya una realidad y que vamos a tener que contar con ella desde ahora. Desde los inminentes procesos electorales que nos aguardan a la vuelta de la primavera.

No es preciso ser un fino analista para darse cuenta de que, detrás de esa crecida reaccionaria (o cavernaria), está el fenómeno contrario al que se produjo hace treinta y ocho años: es la desafección de grandes núcleos de votantes hacia el sistema democrático y hacia sus representantes políticos lo que permite hacerse hueco a discursos simplistas y brutales contra la Unión Europea, contra el feminismo, contra los inmigrantes y contra todo aquel que no piense y sea como ellos, en definitiva. Ese discurso añejo y tramposo, que ya creíamos superado, de los buenos españoles contra los malos españoles.

Por supuesto, de esa desafección son responsables en gran medida los dirigentes políticos (los actuales y, sobre todo, sus inmediatos antecesores). El distanciamiento entre las élites políticas y los problemas reales que agobian a sus votantes, un distanciamiento agudizado por la reciente crisis, y el rosario de casos de corrupción que protagonizan esas élites desde hace demasiado tiempo, son las auténticas causas por las que crecen y se desarrollan esas ideologías arcaicas y demostradamente nocivas, además de ineficaces. Pero eso no debería significar automáticamente que demos por buena la actitud acrítica con la que tantos conciudadanos acogen el flamear de banderas y gritos patrióticos como si fuesen la solución a sus dificultades.

En eso, la verdad, hemos dado marcha atrás. Y convendría buscar las fórmulas que nos permitan volver a la sensatez y a la cordura de aplicar soluciones complejas a problemas complejos en lugar de darle de coces a la Constitución bajo el pretexto de defenderla más que nadie.

Un contrapunto positivo: confío en el sentido común del electorado y espero que las próximas elecciones pongan a cada uno en su sitio. No tengo ninguna duda. Otro: la ejemplar, serena y profesional actitud de las Fuerzas Armadas, que ya no reclaman un lugar y un protagonismo que no les corresponde. En 1978 acogí/ escondí, durante meses y en mi casa a un comandante de la ilegal y perseguida U M D. La diferencia es evidente.

Espero, deseo, que el próximo 23 F, no hablemos del Gobierno y hablemos de los problemas de los gobernados.

* Diputado aragonés por el PSOE, presente en el Congreso el 23 de febrero de 1981