La llaman la reina del crimen victoriano, y tiene miles, cientos de miles, acaso millones de seguidores y adeptos en todo el mundo. Es dueña de una producción dilatada, posee las llaves de un inquietante edificio literario, y de vez en cuando vuelve a pintar sus fachadas con los colores del asesinato y la intriga.

Publishers Weekly ha comparado a Anne Perry nada menos que con Charles Dickens, y establecido un cierto paralelismo entre la última novela de la dama del crimen victoriano --Marea incierta -- y El amigo común , uno de los títulos quizá menos populares del inmortal autor de Los papeles del Club Pickwick , entre tantas y asombrosas obras surgidas de su imaginativa pluma. Pero pienso, sinceramente, que la comparación es excesiva. Perry carece del talento natural para el dibujo o la caricatura de personajes, aquellos "tipos" que Dickens era capaz de inventar, inagotablemente, a medida que sus humorísticas y folletinescas tramas avanzaban sobre el papel, como barcos de ilusión henchidos de risas y lágrimas.

No, Anne Perry no está, decididamente, a la altura del maestro londinense, pero ciertos rasgos de su escritura parecen recordar o evocar, con el debido respeto, el magisterio dickensiano, y de ahí que las notas publicitarias adheridas a la edición apuesten por establecer un paralelismo que a todas luces favorece a la autora.

Marea incierta , la última creación de Perry, es una novela rica en ambientación, en atmósferas. El ambiente de la intriga nos traslada al mundo portuario del Támesis, a un universo cerrado, acuático, de mareas cambiantes, de espejismos y reflejos, de turbias y pútridas aguas donde reposan con majestad las goletas procedentes de las Indias Occidentales, los clippers que cruzaban el Atlántico hasta el lejano Brasil, en busca del cacao o el café, o los pesados cargueros que hacían la ruta del Mar del Norte para aprovisionarse en Finlandia de la preciada y pesada madera de teca. Un mundo peculiar, desde luego, con abundancia de esos "tipos" tan caros a la novela costumbrista de la edad victoriana, un mundo arriesgado y peligroso donde los héroes conviven con los rufianes, y la muerte parece acechar en cualquiera de los embarcaderos alejados de la vigilancia de la Policía Fluvial.

El héroe de Anne Perry, el encargado de resolver el caso, y de conducirnos por los siniestros entresijos del Támesis, no es un policía, sino un detective privado, Monk. Un tipo curioso, interesante, y bien trazado por la autora, cuyas armas (las de Monk), a diferencia, por ejemplo, de la escuela de un Sherlock Holmes, se basan en la investigación minuciosa y pedánea. Monk, de quien sabemos fue policía, parece ocultar un pasado incierto, acaso irregular; como si escondiese una antigua vergüenza o infamia que, de salir a la luz, pudiese arruinar su prestigio. No nos deslumbra por su instantánea capacidad deductiva, sino por su tenacidad --tan británica-- y su incondicional disposición a la hora de avanzar paso a paso en la elucidación del misterio. Es valiente, pero a veces nos confiesa debilidades y miedos. Sangra, suda, padece el cansancio y la sed... es un hombre.

*Escritor y periodista