El presidente de EEUU, Donald Trump, llamó el martes por teléfono a Mariano Rajoy por primera vez desde que ocupa la Casa Blanca, una conversación de apenas 15 minutos en la que el presidente del Gobierno español se ofreció al nuevo mandatario como «interlocutor» privilegiado en Europa, América Latina, Oriente Próximo y el norte de África. La oferta debería tener trascendencia, porque no en vano esas regiones son objetivo preferente de los desvaríos de Trump, que pretende dividir la UE, edificar un muro ante México y el resto de América Latina y desestabilizar Oriente Próximo y el mundo árabe con su decreto xenófobo que prohíbe la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes y que quiere trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Sin embargo, Rajoy no planteó ninguno de estos temas conflictivos en su conversación, y su oferta de mediación se basó en que España tiene un Gobierno estable y su economía crece al 3% anual. Aparte de que la estabilidad del Gobierno puede flaquear tras la decisión del PSOE de no apoyar los Presupuestos, la oferta ha sido ignorada por la Casa Blanca en la información sobre el contacto telefónico.

Lo que no oculta la versión estadounidense es la petición de Trump a Rajoy de que España incremente el gasto en defensa, detalle inexistente en la nota oficial de la Moncloa. El nivel de la interlocución se puede medir, por otra parte, en que Trump dedicó a su siguiente llamada, con el presidente turco Erdogan, tres veces más tiempo que a Rajoy.

Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, España ha mantenido una actitud excesivamente tímida frente a las polémicas medidas adoptadas por el magnate-presidente en sus dos primeras y frenéticas semanas en el poder. La posición que el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, califica de «diplomacia tranquila y prudente, pero firme» no desentonó, sin embargo, en la reciente cumbre de la UE en Malta, donde los Veintiocho rebajaron la protesta inicial contra Trump para privilegiar la unidad interna. La postura española, sin embargo, está lejos de la firmeza de Angela Merkel, que ha recordado al presidente norteamericano la vigencia de la Convención de Ginebra sobre refugiados, o de la dureza de Francia.

Las buenas relaciones con Washington son necesarias, pero el apaciguamiento frente a Trump es un error.