Cuando se hace una película se suele cortar metraje, ya sean pedacitos de una secuencia o escenas enteras que al ver la narración completa se decide que no aportan. A veces sueño con componer un relato con el material sobrante de todas las películas que en un año concreto se rueden en España. Iría por las salas de montaje recogiendo esos restos para dotarlos de nuevos sentidos. El resultado sería interesante, no solo como experimento narrativo, sino como retrato melancólico de cuanto no encuentra su lugar en el mundo y sin embargo existió. Hace unas semanas fueron noticia, una de esas noticias irrelevantes de agosto, unos pocos metros de celuloide en los que Marilyn Monroe aparece desnuda. Se habían encontrado en casa del productor de Vidas rebeldes que guardó los fotogramas durante décadas quizá para que no cayesen en manos desaprensivas. Por más que releía la noticia no vi su interés. No aportaba nada, ni siquiera aclaraba algo sobre su desaparición o su vida. Solo que se le veían los pechos. Pero ¿qué diferencia hay entre ver a Marilyn como la conocemos y en esos 45 segundos? Si hay una mujer desnuda ante todos es Norma Jean Baker, alias Marilyn Monroe.

Ahora que acaba el verano y nos hemos hartado de vernos prácticamente en cueros en playas y piscinas, me pregunto por qué la palabra desnudo sigue siendo un imán. Ya sean actrices, celebridades o concursantes de realities, parece que sus cuerpos interesan tanto como si viviésemos en la represiva sociedad de 1963 cuando Marilyn se suicidó. La pregunta es por qué y para qué. H *Escritora y guionista