Ha muerto tras una larga y penosa enfermedad una de las personas más queridas en Aragón. Y ha fallecido como vivió: con la misma generosidad, entusiasmo y honestidad. Un intelectual crítico, un sociólogo innovador, un activista y sobre todo, un visionario.

Pionero ecologista en una España anclada en el desarrollismo de la transición; sociólogo discípulo de Henri Lefevre en un país que desconocía esta disciplina y a través de la que combatió la exclusión social; urbanista capaz de diseñar ciudades al servicio de la gente... Y todo ello desde el respeto, el saber escuchar, la afabilidad y la amistad. Allí donde intervino sembró semillas de futuro.

Su vinculación con Aragón fue muy estrecha y sus ideas marcaron varias generaciones. Su defensa de nuestra tierra supo armarla de estudios de gran impacto. «Como casi nadie se lee los libros, en el título tiene que estar el mensaje», explicaba Mario con mucha sorna. Así nació El Bajo Aragón expoliado o Zaragoza contra Aragón que supieron poner en el mapa el subdesarrollo territorial y la despoblación. Su posterior Aragón es Zaragoza es todo un ejemplo de autocrítica y honestidad intelectual, actualizando un planteamiento a la luz del transcurso del tiempo.

La lucha contra la construcción de centrales nucleares fue su etapa más activista y de la que siempre estuvo muy orgulloso: que no se construyera ninguna en nuestra región fue una de las mayores satisfacciones, solo ensombrecida por no haber podido impedir lo mismo en todo el territorio español. En sus últimos meses de vida volvió a sus orígenes dinamizando a los «viejos rockeros» ecologistas para impedir la ampliación de la vida de la central nuclear de Garona, con un libro El paraíso estancado, un documental para el Festival de Ecozine de Zaragoza y un manifiesto que dieron la vuelta a nuestro país. La amenaza de Garona a su amada ribera del Ebro le hizo renacer en su faceta de activista. Su fe en las energías renovables, cuando casi nadie creía en ellas, está presente toda su vida. Se reía cuando contaba que grandes empresas energéticas le visitaban en privado asombradas por su acierto en predecir el futuro en este terreno. «Tantos años luchando contra las nucleares y es la economía la que las va a cerrar».

Es menos conocido su importante papel en el diseño en los años 90 de uno de los primeros barrios ecológicos de protección oficial de Europa (Parque Goya) y que marcaría un camino en el urbanismo de nuestro país. Esa faceta urbanística de Mario fue muy intensa y tuvo su mayor expresión en sus estudios socio-urbanísticos de los Barrios de la Concepción y del Gran San Blas. Abrió, con todo un grupo de arquitectos y profesionales de prestigio, una brecha en el urbanismo elitista predominante y en una arquitectura que despreciaba el espacio urbano público, la calle como espacio de convivencia y la ciudad densa y multifuncional. Supo explicar que el modelo de ciudad dispersa y difusa, aparentemente más ecológica, en realidad era un zarpazo a la sostenibilidad. Le llamaba la «ideología clorofila». En esa línea impulsó el «experimento Benidorm», que bajo la apariencia de espacio densificado, esconde un modelo exitoso de turismo social, accesible y de baja ocupación del territorio al que le han salido imitadores en todo el mundo.

El mundo rural también estuvo muy presente en su trabajo, como cabía esperar de alguien nacido en Cortes de Navarra. Y ese análisis, que se extendió a otras regiones como Extremadura, Valencia o Navarra, a menudo de la mano de Artemio Baigorri, le llevó a repensar estos territorios con visión de futuro. Los «neo-rurales cambiarán esta tierra». Su idea de «repoblar» el Aragón despoblado no ha tenido todavía mucho éxito aunque estuvo en el origen de la recuperación del primer pueblo abandonado pirenaico (Sieso de Jaca) con réplicas exitosas de la mano de los sindicatos y entidades sociales aragonesas.

Harto de «predicar» un uso más sostenible del agua se lanzó a la idea de conseguir un agua de boca de calidad para Zaragoza y su entorno. Ante el asombro de casi todos, logró lo impensable: que en nuestra región se invirtiera dinero en una infraestructura hidráulica no destinado a regadíos sino a traer agua de calidad directamente desde el Pirineo hasta la capital aragonesa y su entorno metropolitano.

Con el paso de los anos su carácter no se agrió, sino que, por el contrario, le convirtieron en un anciano encantador, más amable, más empático y más capaz de valorar lo importante de la vida. El victimismo le parecía una «enfermedad» de la que huir para conseguir cambiar las cosas.

Siempre le distinguió su amor a la vida, rompiendo el estereotipo del activista clásico. Sus cantos al modelo de vida y de convivencia de nuestro país fueron un chorro de aire fresco («las fiestas españolas son las mejores del mundo», decía con toda la razón y hacía propuestas imaginativas para sacar partido de ello. Se cansó de visiones tétricas y se lanzó a escribir un libro sobre la realidad de nuestro país («España, séptima potencia») que se convirtió en un verdadero best-seller.

Nunca buscó «ser» sino «hacer» y por eso logró el reconocimiento de todos. En un país que no suele valorar la trayectoria de la gente hasta que ha fallecido, Mario tuvo la enorme suerte de saberse querido y valorado en vida. Hasta logró, para su asombro, el premio Nacional de Medio Ambiente. También Zaragoza, Navarra, el mundo del urbanismo y de la sociología ambiental estuvieron con él a tiempo.

Juntos, revueltos, libres e iguales. Este es el consejo que daba Mario sobre cómo alcanzar la felicidad. No te olvidamos.

*Exconcejal del Ayuntamiento de Zaragoza