A finales de los años 80 la revista liberal, Newsweek, anunciaba la muerte de Marx, que fue celebrada por Francis Fukuyama --el autor de un mal libro, El fin de la historia, pero encumbrado por los poderes fácticos a evangelio de los nuevos tiempos-- como el triunfo definitivo de la democracia liberal. En los años 90 se procedió al entierro oficial del marxismo, el fantasma que según El manifiesto comunista recorría Europa aterrorizando a la santa alianza, es decir, al Papa, al zar y al tío Sam.

Tras 75 años de experimentación fracasaba el proyecto comunista, inspirado en el marxismo, debido a la fuerza de sus adversarios y también a sus colosales errores: fallaron sus previsiones y, sobre todo, construyó un monstruoso sistema político en el que era difícil hallar huellas del espíritu emancipador que anunció su fundador. La muerte de Marx parecía no tener vuelta de hoja.

Pero no fue así. En el 2008, la revista francesa Magazin Litteraire titulaba su portada con Marx. Las razones de un renacimiento, y a ello se aplicaban autores solventes como Daniel Bensaïd, Miguel Abensour o Alain Minc. En realidad, Marx llevaba volviendo desde hacía 10 años. No había más que visitar las librerías para constatar múltiples ediciones de sus libros o de revistas especializadas dedicadas a la actualidad de Marx, por ejemplo, el último número de Isegoría, prestigiosa revista en lengua castellana de filosofía moral y política, cuyo título es La vuelta de Marx. La crisis aceleró su retorno y si a eso añadimos el éxito ecuménico del libro de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI, entenderemos por qué Marx es nuestro contemporáneo.

Estamos acostumbrados a autores que van y vienen. Cuántas veces hemos oído ¡que vuelve Kant! o cualquier otro gran nombre. Son modas filosóficas, tan efímeras como las de corte y confección. Pero Marx es diferente. Él dinamitó la autonomía de las ideas, sometiendo su posible autoridad a la capacidad de transformar la realidad. Si ahora vuelve Marx, después de todas las fechorías del comunismo, es porque hay razones muy potentes que lo reclaman.

¿Por qué vuelve? La primera razón es porque nunca se había ido del todo. Hay planteamientos que los llevamos metidos en vena. Por ejemplo, que la economía es política y no solo técnica, de ahí que cuando mandan los mercados, son unos pocos los que hacen política. O, cuando oímos discursos de hombres públicos que se presentan como neutrales o científicos, enseguida pensamos a qué intereses sirven; es la reacción marxista de quien ha interiorizado la crítica de las ideologías. O, la afirmación de que la religión es expresión de la miseria real y también su denuncia, es otra herencia marxista ampliamente compartida.

La segunda es que, pese a sus muchos errores, nadie como él ha penetrado los secretos del capitalismo. Ahí hay mucha verdad por descubrir. La prueba del nueve la tenemos en el autor del libro que está en la mesa de los mandamases mundiales, Pikkety. A este economista francés que enseña en Chicago le ha bastado una nota al pie de página de El Capital para construir un libro inmenso, de obligada consulta sobre las desigualdades sociales. ¿Su tesis? Que las desigualdades crecen pese a que nunca el mundo fue tan rico. Y esto lo explica diciendo que la riqueza que genera el trabajo siempre va por detrás de la que produce el capital. Los ricos, sin dar un palo al agua, se enriquecen exponencialmente. Fin del mito de que se progresa con talento y méritos. Algunos sí, pero nadie llegará al nivel de Lilien Betancourt que no sabe lo que es trabajar, dice Piketty, pero cuyas cuentas andan disparadas. Un mundo menos desigual exigiría mayores impuestos al capital.

Jacques Derrida, en Espectros de Marx, da una tercera razón: el afán de justicia que permite a Marx detectar injusticias donde los demás solo vemos normalidades o desajustes del destino. Aunque le apodaban El Moro, era más bien un detective rojo que dedicó su vida a investigar el origen (injusto) de las fortunas capitalistas y cómo las injusticias de origen se reproducían en el modo capitalista de producción. Fue tal su empeño que él se preguntaba cómo alguien, como él, con tan poco dinero, le había dedicado tanto tiempo. Ese afán de justicia, que algunos sitúan en su raigambre judía, se traduce en indignación, de ahí que los que hoy se presentan como izquierda alternativa sean lectores de Marx, un desconocido, sin embargo, para los jóvenes del viejo socialismo.

Marx está volviendo y haríamos bien en ser radicalmente críticos con el marxismo, por lo que se ha hecho con él. Y tomar nota de lo que dijo de sí mismo, "solo sé que no soy marxista", porque no quería someterse ni a sus formulaciones y mucho menos instaurar un sistema dogmático. Habrá que ver cómo le leen sus nuevos lectores.

Filósofo e investigador del CSIC.