Por muchas serpientes de verano y noticias falsas que se filtren, los informativos no pueden evitar hablar sobre la marcha de la pandemia y los problemas del Rey emérito. La caótica evolución del coronavirus es un horror, y la irresponsabilidad de algunos ciudadanos y dirigentes políticos que no acatan las medidas de protección previstas , una estupidez. «El problema es que la estupidez humana es una de la fuerzas más importantes de la historia» dice Harari en 21 lecciones para el siglo XXI .

Hace días que los amigos vienen preguntando mi opinión sobre las aventuras y desventuras del Rey emérito. Es un tema que como decía Iñaki Gabilondo en una reciente entrevista, me produce vergüenza, porque ha degradado a mi generación públicamente, porque obviamos nuestro republicanismo histórico confiando en la institución que él encarnaba. Se ha degradado él y la propia institución que representa y con él lo hemos hecho los que en su momento acompañamos el proyecto. «Hemos sido desnudados y yo me siento avergonzado», concluía Gabilondo

A pesar de que su legitimidad procede del franquismo con su nominación en 1969, es cierto que hasta Santiago Carrillo la asumió en la transición: «El comunismo es compatible con la monarquía parlamentaria siempre que esta sea democrática y constitucional». En el referéndum constitucional de 1978 la institución fue refrendada dentro de la ley, pero fue sin duda su papel en el 23 de febrero de 1981 el que lo consolidó, ganándose el respeto de la mayoría de los españoles.

Las fotos con el elefante abatido en la cacería africana, su ingreso en el hospital y la aparición de Corinna Larsen y sus turbios negocios rompieron el hechizo y comenzamos a ver que la ejemplaridad aplicable a cualquier cargo público, doblemente exigible para él, era un sueño.

Qué ironías tiene la vida, los mejores cuarenta años de nuestra reciente historia, dirigidos por un Rey que ahora quedará asociado a la corrupción y al desprestigio institucional.

Las reacciones a las declaraciones de Corinna Larsen, los requerimientos del fiscal general de Ginebra, Yves Bertosa ,y la salida del palacio de la Zarzuela a los Emiratos Árabes, no se han hecho esperar. Los hay que pretenden conducir la respuesta hacia un cuestionamiento del sistema vigente. Y por otro lado están los que, apoyándose en el legado de su reinado, dulcifican sus reparos, presentando su inaceptable conducta como algo al margen de la institución. Para los primeros la monarquía es cuestionable y debe caminarse hacia un futuro referéndum, y para los segundos el rechazo ético de la sociedad hacia el Rey emérito no debe cuestionar la validez de la institución.

Pienso que la valoración de los hechos de que hablamos no tienen nada que ver con que uno se considere de izquierdas o de derechas, monárquico o republicano. (Ejemplos hay de monarquías y repúblicas de corrupción y autoritarismo hasta las cejas y lo contrario). Tiene que ver con el más elemental sentido de la ética pública y la concepción de la democracia; de hacer política sin corrupción, de forma transparente, gestionando los recursos públicos adecuadamente y, en este caso además, tiene que ver con la ejemplaridad y credibilidad que debe exigirse a una institución que constituye la clave de bóveda de nuestro sistema político.

Los intentos de apropiación que algunos sectores conservadores tienen de esta institución es el peor favor que le pueden hacer, pues la monarquía subsistirá mientras no sea considerada una institución de parte, colabore en la investigación de las presuntas irregularidades cometidas y reforme la corona de forma clara y rotunda.

De todas formas, como aprendimos en aquella década de los setenta, cuando se entra en una fase de reformulación general se sabe cómo se ha entrado en ella pero es imposible saber cómo se saldrá. H