El resultado de las elecciones europeas muestra claramente la crisis existencial del proyecto europeo. La participación no ha aumentado. El Parlamento aparece más fragmentado, con una composición más euroescéptica y más inclinado a la derecha. El intento de politizar las elecciones mediante un debate trasnacional entre candidatos a la presidencia de la comisión no parece haber aumentado el interés de los ciudadanos. Se puede argumentar que sin esa novedad la participación (43%) hubiese seguido disminuyendo. Pero sería un triste consuelo. Hay importantes variaciones en algunos países, como en Reino Unido, donde ha aumentado notablemente. Pero ha sido en provecho de los eurofóbicos del UKIP que han conseguido una gran victoria.

Lo más grave es que, a pesar de la grave crisis económica y social que han producido 26 millones de parados en la UE, los partidos socialdemócratas, la izquierda que gobierna, no ha recibido un mayor apoyo de los electores. El grupo de los socialistas y demócratas pierde incluso 10 escaños y sigue en segunda posición.

Visto desde la Europa del sur, la historia parece diferente. En Grecia, Syriza, el partido antiausteridad, que en el 2009 solo tuvo el 4,7% del voto, es el gran vencedor. En España, a pesar de la derrota socialista, si se suman todos los componentes de la izquierda su mayoría es clara y el PP pierde nada menos que 2,5 millones de votos. El movimiento de los indignados ha alumbrado una nueva formación política que casi iguala a IU. Es de lamentar que el partido socialista no sea capaz de acoger y canalizar ese movimiento de protesta popular, pero es bueno que la indignación se estructure para expresarse dentro del sistema político parlamentario. En Portugal, la derecha en el poder pierde frente a socialistas y comunistas. En Italia, Renzi se consagra sacándole mas de 10 puntos de diferencia al populismo invertebrado de Grillo y echa una nueva palada de tierra sobre la tumba del berlusconismo.

PERO ESTA perspectiva de la zona mediterránea en crisis, no puede esconder que Europa ha vuelto a inclinarse a la derecha conservadora y hacia el euroescepticismo, cuando no hacia la eurofobia. Esos partidos son los que más progresan, sobre todo desde la derecha. A los del UKIP hay que añadir otros partidos de protesta, que suman el 8% de los escaños, como los de Grillo (17 diputados) o la Alternativa por Alemania (7), que pide volver al marco.

En 20 de los 28 estados de la UE, los partidos más votados han sido de centroderecha, derecha o incluso de extrema derecha. Francia es el caso más notable, con el triunfo del Frente Nacional y la derrota de los socialistas con su peor resultado histórico. Aunque el primer ministro Manuel Valls triunfara con su brillante oratoria en el mitin de Barcelona, no parece que haya convencido a sus compatriotas de que sus políticas de austeridad son diferentes de las que practica la derecha. Menos conocido pero más inquietante incluso es el caso de Hungría, con el ultranacionalista Orban recibiendo el 51% de los votos. Cierto que el PP europeo, que reúne a los grandes partidos conservadores, retrocede notablemente, pero sigue siendo la primera fuerza. Y a ellos hay que sumarles los 44 diputados del grupo ERC que aglutina a conservadores británicos y polacos, además de los 36 eurofóbicos del UKIP.

ESTE PANORAMA no impedirá, mas bien propiciará, que los acuerdos entre los dos grandes partidos centrales permitan funcionar al Parlamento. Los extremos son aún poco numerosos y demasiado fragmentados para ofrecer alternativas. Pero, el proyecto está en una difícil situación. Una parte significativa y creciente de los votantes apoya valores contrarios a los que han hecho posible la existencia misma del Parlamento europeo. Por ejemplo, alguno de los vencedores, como Marine Le Pen, apoyan claramente la actitud de Putin en Ucrania.

Europa era un proyecto que garantizaba la paz a través de la democracia y de la prosperidad compartidas. Todavía tenemos la paz pero no compartimos la prosperidad y la democracia vacila ante las consecuencias sociales de la crisis. Una crisis en buena medida autoinfligida como consecuencia de un mal diagnóstico, y una peor terapia. Quizá hemos salvado el euro a costa de perder Europa. Es tiempo de repensar urgentemente el proyecto europeo. Ojalá que el nuevo Parlamento contribuya a ello.

Expresidente del Parlamento europeo